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13 de Octubre, 2007    General

EL PECADO ORIGINAL


CarlosMarx, “La llamada acumulación originaria”.

 

1. EL SECRETO DE LA ACUMULACIÓN ORIGINARIA

Hemos visto cómo se convierte el dinero en capital, cómo sale de éste laplusvalía y de la plusvalía más capital. Sin embargo, la acumulación de capitalpresupone la plusvalía; la plusvalía, la producción capitalista, y ésta, laexistencia en manos de los productores de mercancías de grandes masas decapital y fuerza de trabajo. Todo este proceso parece moverse dentro de un círculovicioso, del que sólo podemos salir dando por supuesto una acumulación«originaria» anterior a la acumulación capitalista («previous accumulation», ladenomina Adam Smith), una acumulación que no es fruto del régimen capitalistade producción, sino punto de partida de él.

Esta acumulación originaria viene a desempeñar en la Economía política más omenos el mismo papel que desempeña en la teología el pecado original. Adánmordió la manzana y con ello el pecado se extendió a toda la humanidad. Losorígenes de la primitiva acumulación pretenden explicarse relatándolos como unaanécdota del pasado. En tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una parte,una élite trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra, untropel de descamisados, haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más. Escierto que la leyenda del pecado original teológico nos dice cómo el hombre fuecondenado a ganar el pan con el sudor de su rostro; pero la historia del pecadooriginal económico nos revela por qué hay gente que no necesita sudar paracomer. No importa. Así se explica que mientras los primeros acumulaban riqueza,los segundos acabaron por no tener ya nada que vender más que su pelleja. Deeste pecado original arranca la pobreza de la gran masa que todavía hoy, apesar de lo mucho que trabaja, no tiene nada que vender más que a sí misma y lariqueza de los pocos, riqueza que no cesa de crecer, aunque ya haga muchísimotiempo que sus propietarios han dejado de trabajar. Estas niñeríasinsustanciales son las que al señor Thiers, por ejemplo, sirven todavía, con elempaque y la seriedad de un hombre de Estado a los franceses, en otro tiempotan ingeniosos, en defensa de la propriété [propiedad]. Pero tan prontocomo se plantea el problema de la propiedad, se convierte en un deber sacrosantoabrazar el punto de vista de la cartilla infantil, como el único que cuadra atodas las edades y a todos los grados de desarrollo. Sabido es que en lahistoria real desempeñan un gran papel la conquista, el esclavizamiento, elrobo y el asesinato, la violencia, en una palabra. Pero en la dulce Economíapolítica ha reinado siempre el idilio. Las únicas fuentes de riqueza han sidodesde el primer momento el derecho y el «trabajo», exceptuando siempre,naturalmente, «el año en curso». En la realidad, los métodos de la acumulaciónoriginaria fueron cualquier cosa menos idílicos.

Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como no lo sontampoco los medios de producción ni los artículos de consumo. Hay queconvertirlos en capital. Y para ello han de concurrir una serie de circunstanciasconcretas, que pueden resumirse así: han de enfrentarse y entrar en contactodos clases muy diversas de poseedores de mercancías; de una parte, lospropietarios de dinero, medios de producción y artículos de consumo deseosos deexplotar la suma de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena detrabajo; de otra parte, los obreros libres, vendedores de su propia fuerza detrabajo y, por tanto, de su trabajo. Obreros libres en el doble sentido de queno figuran directamente entre los medios de producción, como los esclavos, lossiervos, etc., ni cuentan tampoco con medios de producción de su propiedad comoel labrador que trabaja su propia tierra, etc.; libres y desheredados. Con estapolarización del mercado de mercancías se dan las condiciones fundamentales dela producción capitalista. Las relaciones capitalistas presuponen el divorcioentre los obreros y la propiedad de las condiciones de realización del trabajo.Cuando ya se mueve por sus propios pies, la producción capitalista no sólomantiene este divorcio, sino que lo reproduce en una escala cada vez mayor. Portanto, el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el proceso dedisociación entre el obrero y la propiedad de las condiciones de su trabajo,proceso que, de una parte, convierte en capital los medios sociales de vida yde producción, mientras que, de otra parte, convierte a los productoresdirectos en obreros asalariados. La llamada acumulación originaria no es, pues,más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios deproducción. Se la llama «originaria» porque forma la prehistoria del capital ydel modo capitalista de producción.

La estructura económica de la sociedad capitalista brotó de laestructura económica de la sociedad feudal. Al disolverse ésta, salieron a lasuperficie los elementos necesarios para la formación de aquélla.

El productor directo, el obrero, no pudo disponer de su persona hastaque no dejó de vivir encadenado a la gleba y de ser siervo dependiente de otrapersona. Además, para poder convertirse en vendedor libre de fuerza de trabajo,que acude con su mercancía adondequiera que encuentre mercado, hubo de sacudirtambién el yugo de los gremios, sustraerse a las ordenanzas sobre aprendices yoficiales y a todos los estatutos que embarazaban el trabajo. Por eso, en unode sus aspectos, el movimiento histórico que convierte a los productores enobreros asalariados representa la liberación de la servidumbre y la coaccióngremial, y este aspecto es el único que existe para nuestros historiadoresburgueses. Pero, si enfocamos el otro aspecto, vemos que estos trabajadoresrecién emancipados sólo pueden convertirse en vendedores de sí mismos, una vezque se vean despojados de todos sus medios de producción y de todas las garantíasde vida que las viejas instituciones feudales les aseguraban. Y estaexpropiación queda inscrita en los anales de la historia con trazos indeleblesde sangre y fuego.

A su vez, los capitalistas industriales, estos potentados de hoy,tuvieron que desalojar, para llegar a este puesto, no sólo a los maestros delos gremios artesanos, sino también a los señores feudales, en cuyas manos seconcentraban las fuentes de la riqueza. Desde este punto de vista, su ascensiónes el fruto de una lucha victoriosa contra el poder feudal y sus indignantesprivilegios, contra los gremios y las trabas que estos ponían al libredesarrollo de la producción y a la libre explotación del hombre por el hombre.Pero los caballeros de la industria sólo consiguieron desplazar por completo alos caballeros de la espada explotando sucesos en que no tenían la menor partede culpa. Subieron y triunfaron por procedimientos no menos viles que los queen su tiempo empleó el liberto romano para convertirse en señor de su patrono.

El proceso de donde salieron el obrero asalariado y el capitalista, tuvocomo punto de partida la esclavización del obrero. Este desarrollo consistía enel cambio de la forma de esclavización: la explotación feudal se convirtió enexplotación capitalista. Para comprender la marcha de este proceso, no hacefalta remontarse muy atrás. Aunque los primeros indicios de produccióncapitalista se presentan ya, esporádicamente, en algunas ciudades delMediterráneo durante los siglos XIV y XV, la era capitalista sólo data, enrealidad, del siglo XVI. Allí donde surge el capitalismo hace ya mucho tiempoque se ha abolido la servidumbre y que el punto de esplendor de la Edad Media, laexistencia de ciudades soberanas, ha declinado y palidecido.

En la historia de la acumulación originaria hacen época todas lastransformaciones que sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista,y sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres son despojadasrepentina y violentamente de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercadode trabajo como proletarios libres y desheredados. Sirve de base a todo esteproceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, alcampesino. Su historia presenta una modalidad diversa en cada país, y en cadauno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocashistóricas diversas. Reviste su forma clásica sólo en Inglaterra, país que aquítomamos, por tanto, como modelo.

2. COMO FUE EXPROPIADA
DEL SUELO LA POBLACION RURAL

En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido ya, de hecho, en losúltimos años del siglo XIV. En esta época, y más todavía en el transcurso delsiglo XV, la inmensa mayoría de la población se componía de campesinos libres,dueños de la tierra que trabajaban, cualquiera que fuese la etiqueta feudalbajo la que ocultasen su propiedad. En las grandes fincas señoriales, el bailiff[gerente de finca], antes siervo, había sido desplazado por el arrendatariolibre. Los jornaleros agrícolas eran, en parte, campesinos que aprovechaban sutiempo libre para trabajar a sueldo de los grandes terratenientes y, en parte,una clase especial relativa y absolutamente poco numerosa de verdaderosasalariados. Mas también éstos eran, de hecho, a la par que jornaleros,labradores independientes, puesto que, además del salario, se les daba casa ylabranza con una cabida de 4 y más acres. Además, tenían derecho a compartircon los verdaderos labradores el aprovechamiento de los terrenos comunales enlos que pastaban sus ganados y que, al mismo tiempo, les suministraban lamadera, la leña, la turba, etc. La producción feudal se caracteriza, en todoslos países de Europa, por la división del suelo entre el mayor número posiblede tributarios. El poder del señor feudal, como el de todo soberano, nodescansaba solamente en la longitud de su rollo de rentas, sino en el número desus súbditos, que, a su vez, dependía de la cifra de campesinos independientes.Por eso, aunque después de la conquista normanda el suelo inglés se dividió enunas pocas baronías gigantescas, entre las que había algunas que abarcaban porsí solas hasta 900 lorazgos anglosajones antiguos, estaba salpicado de pequeñasexplotaciones campesinas, interrumpidas sólo de vez en cuando por grandes fincasseñoriales. Estas condiciones, combinadas con el esplendor de las ciudadescaracterístico del siglo XV, permitían que se desarrollase aquella riqueza nacionalque el canciller Fortescue describe con tanta elocuencia en su LaudibusLegum Angliae («La superioridad de las leyes inglesas»), perocerraban el paso a la riqueza capitalista.

El preludio de la transformación que había de echar los cimientos parael régimen de producción capitalista, coincide con el último tercio del sigloXV y los primeros decenios del XVI. El licenciamiento de las huestes feudales—que, como dice acertadamente Sir James Steuart, «llenaban inútilmente en todaspartes casas y patios»— lanzó al mercado de trabajo a una masa de proletarioslibres y desheredados. El poder real, producto también del desarrollo burgués,en su deseo de conquistar la soberanía absoluta aceleró violentamente ladisolución de estas huestes feudales, pero no fue ésa, ni mucho menos, la únicacausa que la produjo. Los grandes señores feudales, levantándose tenazmentecontra la monarquía y el parlamento, crearon un proletariado incomparablementemayor, al arrojar violentamente a los campesinos de las tierras que cultivabany sobre las que tenían los mismos títulos jurídicos feudales que ellos, y alusurparles sus bienes comunales. El florecimiento de las manufacturas lanerasde Frandes y la consiguiente alza de los precios de la lana, fue lo que sirvióde acicate directo para esto en Inglaterra. La antigua aristocracia había sidodevorada por las guerras feudales, la nueva era ya una hija de sus tiempos, deunos tiempos en los que el dinero es la potencia de las potencias. Por esoenarboló como bandera la transformación de las tierras de labor en terrenos depastos para ovejas. En su Description of England. Prefixed to Holinshed'sChronicles («Descripción de Inglaterra. Antepuesta a las CrónicasHolinshed»), Harrison describe cómo la expropiación de los pequeños agricultoresarruina al país. «What care our great incroachers!» («¡Qué se les da de esto anuestros grandes usurpadores!») Las casas de los campesinos y los cottages(chozas) de los obreros fueron violentamente arrasados o entregados a la ruina.

«Consultando los viejos inventarios de las fincas señoriales» —diceHarrison—, «vemos que han desaparecido innumerables casas y pequeñas haciendasde campesinos; que el campo sostiene a mucha menos gente; que muchas ciudadesse han arruinado, aunque hayan florecido algo otras nuevas... También podríamosdecir algo de las ciudades y los pueblos destruidos para convertirlos en pastospara ovejas y en los que sólo quedan en pie las casas de los señores».

Aunque exageradas siempre, las lamentaciones de estas viejas crónicasdescriben con toda exactitud la impresión que producía en los hombres de laépoca la revolución que se estaba operando en las condiciones de producción.Comparando las obras de Tomás Moro con las del canciller Fortescue es comomejor se ve el abismo que separa al siglo XV del XVI. Como observaacertadamente Thornton, la clase obrera inglesa se precipitó directamente, sintransición, de la edad de oro a la edad de hierro.

La legislación se echó a temblar ante la transformación que se estabaoperando. No había llegado todavía a ese apogeo de la civilización en que la«Wealth of the Nation» [«la riqueza nacional»], es decir, la creación decapital y la despiadada explotación y depauperación de la masa del pueblo, seconsidera como la última Thule de toda sabiduría política. En suhistoria de Enrique VII, dice Bacon:

«Por aquella época» (1489), «fueron haciéndose más frecuentes las quejascontra la transformación de las tierras de labranza en terrenos de pastos(pastos de ganado lanar, etc.), fáciles de atender con unos cuantos pastores;los arrendamientos temporales de por vida y por años» (de los que vivían unagran parte de los yeomen) «fueron convertidos en fincas dominicales. Esto trajola decadencia del pueblo y, con ella, la decadencia de ciudades, iglesias,diezmos... En aquella época, la sabiduría del rey y del parlamento para curarel mal fue verdaderamente maravillosa... Dictaron medidas contra estausurpación, que estaba despoblando los terrenos comunales (depopulatinginclosures), y contra el régimen despoblador de los pastos (depopulatingpasturage), que seguía las huellas de aquélla».

Un decreto de Enrique VII, dictado en 1489, c. 19, prohibió ladestrucción de todas las casas de labradores que tuviesen asignados más de 20 acres de tierra.Enrique VIII (el acto del año 25 de su reinado) confirma la misma ley. En estedecreto se dice, entre otras cosas, que

«se acumulan en pocas manos muchas tierras arrendadas y grandes rebañosde ganado, principalmente de ovejas, lo que hace que las rentas de la tierrasuban mucho y la labranza (tillage) decaiga extraordinariamente, quesean derruidas iglesias y casas, quedando asombrosas masas de pueblo incapacitadaspara ganarse su vida y mantener a sus familias».

En vista de esto, la ley ordena que se restauren las granjas arruinadas,establece la proporción que debe guardarse entre las tierras de labranza y losterrenos de pastos, etc. Una ley de 1533 se queja de que haya propietarios queposeen hasta 24.000 cabezas de ganado lanar y limita el número de éstas a2.000. Ni las quejas del pueblo, ni la legislación prohibitiva, que comienzacon Enrique VII y dura ciento cincuenta años, consiguieronabsolutamente nada contra el movimiento de expropiación de los pequeñosarrendatarios y campesinos. Bacon nos revela, sin saberlo, el secreto de estefracaso.

«El decreto de Enrique VII» —dice en sus Essays, civil and moral(«Ensayos de lo civil y lo moral.), sect. 29— «encerraba un sentido profundo ymaravilloso, puesto que creaba explotaciones agrícolas y casas de labranza deuna determinada dimensión normal, es decir, les garantizaba una proporción detierra que les permitía traer al mundo súbditos suficientemente ricos y sinposición servil, poniendo el arado en manos de propietarios y no de gentes asueldo» («to keep the plough in the hand of the owners and not hirelings»)

Precisamente lo contrario de lo que exigía, para instalarse, el sistemacapitalista: la sujeción servil de la masa del pueblo, la transformación deéste en un tropel de gentes a sueldo y de sus medios de trabajo en capital.Durante este período de transición, la legislación procuró también mantener ellímite de 4 acresde tierra para los cottages del jornalero del campo, prohibiéndole meteren su casa gentes a sueldo. Todavía en 1627, reinando Carlos I, fue condenadoun Roger Crocker de Fontmill por haber construido en el manor (finca) deFontmill un cottage sin asignarle como anejo permanente 4 acres de tierra; en 1638,reinando aún Carlos I, se nombró una comisión real encargada de imponer laejecución de las antiguas leyes, principalmente la que exigía los 4 acres de tierra comomínimo; todavía Cromwell prohibe la construcción de casas en 4 millas a la redonda deLondres sin dotarlas de 4 acres de tierra. Más tarde, en la primera mitad delsiglo XVIII, se formulan todavía quejas cuando el cottage de un jornalerodel campo no tiene asignados, por lo menos, de 1 a 2 acres. Hoy día, elbracero del campo se da por satisfecho con tal de tener una casa con huerto ode poder arrendar dos varas de tierra a regular distancia.

«Terratenientes y arrendatarios» —dice el Dr. Hunter— «se dan la mano eneste punto. Pocos acres de tierra bastarían para que el jornalero del campodisfrutase de demasiada independencia».

La Reforma, con su séquito de colosales depredaciones de los bienes de la Iglesia, vino a dar, en elsiglo XVI, un nuevo y espantoso impulso al proceso violento de expropiación dela masa del pueblo. Al producirse la Reforma, la Iglesia católica era propietaria feudal de una gran parte delsuelo inglés. La persecución contra los conventos, etc., transformó a susmoradores en proletariado. Muchos de los bienes de la Iglesia fueron regalados aunos cuantos rapaces protegidos del rey o vendidos por un precio irrisorio aespeculadores rurales y a personas residentes en la ciudad, quienes, reuniendosus explotaciones, arrojaron de ellas en masa a los antiguos arrendatarios, quelas venían cultivando de padres a hijos. El derecho de los labradoresempobrecidos a percibir una parte de los diezmos de la Iglesia, derecho garantizadopor la ley, había sido ya tácitamente confiscado. Pauper ubique jace,exclama la reina Isabel, después de recorrer Inglaterra. Por fin, en el año 43de su reinado, el Gobierno no tuvo más remedio que dar estado oficial alpauperismo, creando el impuesto de pobreza.

«Los autores de esta ley no se atrevieron a proclamar sus razones y,rompiendo con la tradición de siempre, la promulgaron sin ningún preámbulo»(exposición de motivos).

Por la ley promulgada al año 16 del reinado de Carlos I, 4, esteimpuesto fue declarado perpetuo, y sólo a partir de 1834 cobró una forma nuevay más rigurosa. Pero estas consecuencias inmediatas de la Reforma no fueron las máspersistentes. El patrimonio eclesiástico era el baluarte religioso detrás delcual se atrincheraba el régimen antiguo de propiedad territorial. Alderrumbarse aquél, éste tampoco podía mantenerse en pie.

Todavía en los últimos decenios del siglo XVII, la yeomanry,clase de campesinos independientes, era más numerosa que la clase de losarrendatarios. La yeomanry había sido el puntal más firme de Cromwell, yel propio Macaulay confiesa que estos labradores ofrecían un contraste muyventajoso con aquellos hidalgüelos borrachos y sus lacayos, los curas rurales,cuya misión consistía en casar las «mozas predilectas». Todavía no se habíadespojado a los jornaleros del campo de su derecho de copropiedad sobre losbienes comunales. Alrededor de 1750, desapareció la yeomanr y en los últimosdecenios del siglo XVIII se borraron hasta los últimos vestigios de propiedadcomunal de los agricultores. Aquí, prescindimos de ]os factores puramenteeconómicos que intervinieron en la revolución de la agricultura y nos limitamosa indagar los factores de violencia que la impulsaron.

Bajo la restauración de los Estuardos, los terratenientes impusieronlegalmente una usurpación que en todo el continente se había llevado también acabo sin necesidad de los trámites de la ley. Esta usurpación consistió enabolir el régimen feudal del suelo, es decir, en transferir sus deberestributarios al Estado, «indemnizando» a éste por medio de impuestos sobre loscampesinos y el resto de las masas del pueblo, reivindicando la modernapropiedad privada sobre fincas en las que sólo asistían a los terratenientestítulos feudales y, finalmente, dictando aquellas leyes de residencia (lawsof settlement) que, mutatis mutandis, [con cambios correspondientes]ejercieron sobre los labradores ingleses la misma influencia que el edicto deltártaro Borís Godunov sobre los campesinos rusos.

La «glorious Revolution» (Revolución gloriosa) entregó e] poder, alocuparlo Guillermo III de Orang, a los terratenientes ycapitalistas-acaparadores. Estos elementos consagraron la nueva era,entregándose en una escala gigantesca al saqueo de los terrenos de dominiopúblico, que hasta entonces sólo se había practicado en proporciones muymodestas. Estos terrenos fueron regalados, vendidos a precios irrisorios osimplemente anexionados a otros de propiedad privada, sin encubrir lausurpación bajo forma alguna. Y todo esto se llevó a cabo sin molestarse encubrir ni la más mínima apariencia legal. Estos bienes del dominio público,apropiados de modo tan fraudulento, en unión de los bienes de que se despojó a la Iglesia —los que no lehabían sido usurpados ya por la revolución republicana—, son la base de esosdominios principescos que hoy posee la oligarquía inglesa. Los capitalistasburgueses favorecieron esta operación, entre otras cosas, para convertir elsuelo en un artículo puramente comercial, extender la zona de las grandesexplotaciones agrícolas, hacer que aumentase la afluencia a la ciudad deproletarios libres y desheredados del campo, etc. Además, la nueva aristocraciade la tierra era la aliada natural de la nueva bancocracia, de la alta finanza,que acababa de dejar el cascarón, y de los grandes manufactureros, atrincheradospor aquel entonces detrás del proteccionismo aduanero. La burguesía inglesaobró en defensa de sus intereses con el mismo acierto con que la de Suecia,siguiendo el camino contrario y haciéndose fuerte en su baluarte económico, elcampesinado, apoyó a los reyes desde 1604 y más tarde bajo Carlos X y Carlos XIy les ayudó a rescatar por la fuerza los bienes de la Corona de manos de laoligarquía.

Los bienes comunales —completamente distintos de los bienes de dominiopúblico, a que acabamos de referirnos— eran una institución de viejo origengermánico, que se mantenía en vigor bajo el manto del feudalismo. Hemos vistoque la usurpación violenta de estos bienes, acompañada casi siempre por latransformación de las tierras de labor en pastos, comienza a fines del siglo XVy prosigue a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, en aquellos tiempos esteproceso revestía la forma de una serie de actos individuales de violencia,contra los que la legislación luchó infructuosamente durante 150 años. Elprogreso aportado por el siglo XVIII consiste en que ahora la propia ley seconvierte en vehículo de esta depredación de los bienes del pueblo, aunque losgrandes arrendatarios sigan empleando también, de paso, sus pequeños métodospersonales e independientes. La forma parlamentaria que reviste este despojo esla de los Bills for Inclosures of Commons (leyes sobre el cercado deterrenos comunales); dicho en otros términos, decretos por medio de los cualeslos terratenientes se regalan a sí mismos en propiedad privada las tierras delpueblo, decretos de expropiación del pueblo. Sir F. M. Eden se contradice a símismo en el astuto alegato curialesco en que procura explicar la propiedadcomunal como propiedad privada de los grandes terratenientes que recogen laherencia de los señores feudales, al reclamar una «ley general del Parlamentosobre el derecho a cercar los terrenos comunales», reconociendo con ello, quela transformación de estos bienes en propiedad privada no puede prosperar sinun golpe de Estado parlamentario, a la par que pide a la legislación una«indemnización, para los pobres expropiados.

Al paso que los yeomen independientes eran sustituidos por los tenants-at-will—pequeños colonos con contrato por un año, es decir, una chusma servil sometidaal capricho de los terratenientes—, el despojo de los bienes del dominiopúblico, y sobre todo la depredación sistemática de los terrenos comunales,ayudaron a incrementar esas grandes posesiones que se conocían en el sigloXVIII con los nombres de haciendas capitales o haciendas de comerciantes, y quedejaron a la población campesina «disponible» como proletariado al servicio dela industria.

Sin embargo, el siglo XVIII todavía no alcanza a comprender, en lamedida en que había de comprenderlo el XIX, la identidad entre la riquezanacional y la pobreza del pueblo. Por eso en los libros de Economía de estaépoca se produce una violentísima polémica en torno a la «inclosure ofcommons»). Entresaco unos cuantos pasajes de los materiales copiosísimosque tengo a la vista, para poner de relieve de un modo más vivo la situación.

«En muchas parroquias de Hertfordshire» —escribe una pluma indignada—«24 haciendas, cada una de las cuales contaba, por término medio, de 50 a 150 acres de extensión,se han fundido para formar sólo 3». «En Northamptonshire y Lincolnshire se haimpuesto la norma de cercar los terrenos comunales, y la mayoría de los lorazgoscreados de este modo se han convertido en pastizales; a consecuencia de ello,hay muchos lorazgos que antes labraban 1.500 acres y que hoyno labran ni 50... Las ruinas de las viejas casas, cuadras y graneros», son losúnicos vestigios de los antiguos moradores. «En algunos sitios, cien casas yfamilias han quedado reducidas... a 8 ó 10... En la mayoría de las parroquias,donde sólo se han comenzado a cercar los terrenos comunales desde hace quince oveinte años, los propietarios de tierra son en la actualidad poquísimos, encomparación con las cifras existentes cuando el suelo se cultivaba en régimenabierto. Es bastante frecuente encontrarse con lorazgos enteros recientementecercados que antes se distribuían entre 20 ó 30 colonos y otros tantos pequeñoslabradores y tributarios, que hoy están usurpados por 4 ó 5 ganaderos ricos.Todos aquellos labradores fueron desalojados de sus tierras, en unión de sus familiasy de muchas otras a las que daban trabajo y sustento».

Los terrenos anexionados por el terrateniente colindante, bajo pretextode cercarlos, no eran siempre tierras yermas, sino también, con frecuencia,tierras cultivadas mediante un tributo al municipio, o comunalmente.

«Me refiero aquí al cercado de terrenos abiertos y de tierras yacultivadas. Hasta los autores que defienden las inclosures reconocen queestos cercados refuerzan el monopolio de las grandes granjas, hacen subir elprecio de las subsistencias y fomentan la despoblación... También al cercar losterrenos yermos, como ahora se hace, se despoja a los pobres de una parte desus medios de sustento, incrementando haciendas que son ya de suyo hartograndes». «Si la tierra» —dice el Dr. Price— «cae en poder de un puñado degrandes colonos, los pequeños arrendatarios (en otro sitio los llama «unamuchedumbre de pequeños propietarios y colonos que se mantienen a sí mismos y asus familias con el producto de la tierra trabajada por ellos, con las ovejas, lasaves, los cerdos, etc., que mandan a pastar a los terrenas comunales, nonecesitando apenas, por tanto, comprar víveres para su consumo») «se veránconvertidos en hombres obligados a trabajar para otros si quieren comer ytendrán que ir al mercado para proveerse de cuanto necesiten... Tal vez setrabaje más, porque la coacción será también mayor... Crecerán las ciudades ymanufacturas, pues se verá empujada a ellas más gente en busca de trabajo. Heaquí el camino hacia el que lógicamente se orienta la concentración de lapropiedad territorial y por el que, desde hace muchos años, se viene marchandoya efectivamente en este reino».

Y resume los efectos generales de las inclosures en estostérminos:

«En general, la situación de las clases humildes del pueblo ha empeoradoen casi todos los sentidos; los pequeños propietarios de tierras y colonos sehan visto reducidos al nivel de jornaleros y asalariados, a la par que se leshace cada vez más difícil ganarse la vida en esta situación».

En efecto, la usurpación de las tierras comunales y la revoluciónagrícola que la acompañaba empeoraron hasta tal punto la situación de losobreros agrícolas que, según el propio Eden, entre 1765 y 1780, su salariocomenzó a descender por debajo del nivel mínimo, haciéndose necesariocompletarlo con el socorro oficial de pobreza. Su jornal, dice Eden, «alcanzabaa duras penas a cubrir sus necesidades más perentorias».

Oigamos ahora un instante a un defensor de las inclosures yadversario del Dr. Price.

«No es lógico inferir que exista despoblación porque ya no se vea a lagente derrochar su trabajo en campo abierto... Si al convertir a los pequeñoslabradores en personas obligadas a trabajar para otros, se moviliza mástrabajo, es ésta una ventaja que la nación» (entre la que no figuran,naturalmente, los que sufren la transformación apuntada), «tiene que ver conbuenos ojos... El producto será mayor si su trabajo combinado se emplea en unasola hacienda, así se creará un sobrante para las manufacturas haciendo de estemodo que las manufacturas, una de las minas de oro de nuestra nación aumentenen proporción a la cantidad de trigo producido».

Sir F. M. Eden, matizado además de tory y de «filántropo», nos ofrece,por cierto, un ejemplo de la impasibilidad estoica con que los economistascontemplan las violaciones más descaradas del «sacrosanto derecho de propiedad»y la violencia más brutal contra la persona, cuando esto es necesario paraechar los cimientos del régimen capitalista de producción. Toda la serie dedespojos brutales, horrores y vejaciones que lleva aparejados la expropiaciónviolenta del pueblo desde el último tercio del siglo XV hasta fines del sigloXVIII, sólo le inspira a nuestro autor esta «confortable» reflexión final:

«Era necesario restablecer la proporción debida (due) entre latierra de labor y la destinada al ganado. Todavía durante todo el siglo XIV yla mayor parte del XV, por cada acre dedicado a ganadería había dos, tres yhasta cuatro dedicados a labranza. A mediados del siglo XVI, la proporción eraya de dos acres de ganadería por dos de labranza y más tarde de dos a uno,hasta que por último se consiguió establecer la proporción debida de tres acresde pastizales por cada acre de labranza».

En el siglo XIX se pierde, como es lógico, hasta el recuerdo de laconexión existente entre el agricultor y los bienes comunales. Para no hablarde los tiempos posteriores, bastará decir que la población rural no obtuvo niun céntimo de indemnizaciones por los 3.511.770 acres detierras comunales que entre los años de 1801 y 1831 le fueron arrebatados yofrecidos como regalo a los terratenientes por el parlamento de terratenientes.

Finalmente, el último gran proceso de expropiación de los agricultoreses el llamado Clearing of Estates («limpieza de fincas», que en realidadconsistía en barrer de ellas a los hombres).

Todos los métodos ingleses que hemos venido estudiando culminan en esta«limpieza». Como veíamos al describir en la sección anterior la situaciónmoderna, ahora que ya no había labradores independientes que barrer, las«limpias» llegan a barrer los mismos cottages, no dejando a los bracerosdel campo sitio siquiera para alojarse en las tierras que trabajan. Sinembargo, para saber lo que significa esto del «clearing of estates» enel sentido estricto de la palabra, tenemos que trasladarnos a la tierra de promisiónde la literatura novelesca moderna: las montañas de Escocia. Es aquí donde esteproceso a que nos referimos se distingue por su carácter sistemático, por la magnitudde la escala en que se opera de golpe (en Irlanda hubo terratenientes que consiguieronbarrer varias aldeas a la vez; en la alta Escocia se trata de extensiones de lamagnitud de los ducados alemanes), y finalmente, por la forma especial de lapropiedad inmueble usurpada.

Los celtas de alta Escocia estaban divididos en clanes, y cada clan erapropietario de los terrenos por él colonizados. El representante del clan, sujefe o «caudillo», no era más que un simple propietario titular de estosterrenos, del mismo modo que la reina de Inglaterra lo era del suelo de toda lanación. Cuando el Gobierno inglés hubo conseguido sofocar las guerras internasde estos «caudillos» y sus constantes irrupciones en las llanuras de la bajaEscocia, los jefes de los clanes no abandonaron, ni mucho menos, su antiguooficio de bandoleros; se limitaron a cambiarlo de forma. Por sí y ante sí,transformaron su derecho titular de propiedad en un derecho de propiedadprivada, y como las gentes de los clanes opusieran resistencia, decidierondesalojarlas por la fuerza de sus posesiones.

«Con el mismo derecho» —dice el profesor Newman— «podría un rey deInglaterra atreverse a arrojar a sus súbditos al mar».

En las obras de Sir James Steuart y James Anderson podemos seguir lasprimeras fases de esta revolución que en Escocia comienza después de la últimaintentona del pretendiente. En el siglo XVIII, a los gaeles lanzados de sustierras se les prohibía al mismo tiempo emigrar del país, para así empujarlospor la fuerza a Glasgow y a otros centros fabriles de la región. Como ejemplodel método de expropiación predominante en el siglo XIX, bastará citar las«limpias» llevadas a cabo por la duquesa de Sutherland. Esta señora, muyinstruida en las cuestiones de Economía política decidió, apenas hubo ceñido lacorona de duquesa, aplicar a sus posesiones un tratamiento radical económico,convirtiendo todo su condado —cuyos habitantes, mermados por una serie deprocesos anteriores semejantes a éste, habían ido quedando ya reducidos a15.000— en pastos para ovejas. Desde 1814 hasta 1820 se desplegó una campañasistemática de expulsión y exterminio para quitar de en medio a estos 15.000habitantes, que formarían, aproximadamente, unas 3.000 familias. Todas susaldeas fueron destruidas y arrasadas, sus campos convertidos todos en terrenode pastos. Las tropas británicas, enviadas por el Gobierno para ejecutar lasórdenes de la duquesa, hicieron fuego contra los habitantes, expulsados de sustierras. Una anciana pereció abrasada entre las llamas de su choza, por negarsea abandonarla. Así consiguió la señora duquesa apropiarse de 794.000 acres detierra, pertenecientes al clan desde tiempos inmemoriales.

A los naturales del país desahuciados les asignó en la orilla del marunos 6.000 acres,a razón de dos por familia. Hasta la fecha, esos 6.000 acres habíanpermanecido yermos, sin producir ninguna renta a sus propietarios. Llevada desu altruismo, la duquesa se dignó arrendar estos eriales por una renta media de2 chelines y 6 peniques cada acre a aquellos mismos miembros del clan que habíanvertido su sangre por su familia desde hacía siglos. Todos los terrenos robadosal clan fueron divididos en 29 grandes granjas destinadas a la cría de lanares,atendida cada una de ella por una sola familia; los pastores eran, en su mayoría,braceros de arrendatarios ingleses. En 1825, los 15.000 gaeles habían sidosustituidos ya por 131.000 ovejas. Los aborígenes arrojados a la orilla del marprocuraban, entretanto, mantenerse de la pesca; se convirtieron en anfibios yvivían, según dice un escritor inglés de la época, mitad en tierra y mitad enel mar, sin vivir entre todo ello más que a medias.

Pero los bravos gaeles habían de pagar todavía más cara aquellaidolatría romántica de montañeses por los «caudillos» de los clanes. El olordel pescado les dio en la nariz a los señores. Estos, barruntando algo deprovecho en aquellas playas, las arrendaron a las grandes pescaderías deLondres, y los gaeles fueron arrojados de sus casas por segunda vez.

Finalmente, una parte de los pastos fue convertida en cotos de caza.Como es sabido, en Inglaterra no existen verdaderos bosques. La caza que correpor los parques de los aristócratas es, en realidad, ganado doméstico, gordocomo los aldermen [concejales] de Londres. Por eso, Escocia es, para losingleses, el último asilo de la «noble pasión» de la caza.

«En la montaña» —dice Somers en 1848— «se han extendidoconsiderablemente los cotos de caza. A un lado de Gaick tenemos el nuevo cotode caza de Glenfeshie y al otro lado el nuevo coto de caza de Ardverikie. En lamisma dirección, tenemos el Black Mount, un erial inmenso, recién crecido. DeEste a Oeste, desde las inmediaciones de Aberdeen hasta las rocas de Oban, seextiende ahora una línea ininterrumpida de cotos de caza, mientras que en otrasregiones de la alta Escocia se alzan los cotos de caza nuevos de Loch Archaig,Glengarry, Glenmoriston, etc. Al convertirse sus tierras en terrenos de pastospara ovejas..., los gaeles se vieron empujados a las comarcas estériles. Ahorala caza comienza a sustituir a las ovejas, empujando a aquéllos a una miseriatodavía más espantosa... Los montes de caza no pueden convivir con la gente.Uno de los dos tiene que batirse en retirada y abandonar el campo. Si en lospróximos veinticinco años los cotos de caza siguen creciendo en las mismasproporciones que en el último cuarto de siglo, no quedará ni un solo gael en sutierra natal. Este movimiento que se ha desarrollado entre los propietarios delas comarcas monstruosas se debe, en parte, a la moda, a la maníaaristocrática, a la afición a la caza, etc., pero hay también muchos queexplotan esto con la mira puesta exclusivamente en la ganancia, pues esindudable que, muchas veces, un pedazo de montaña convertido en coto de caza esbastante más rentable que empleado como terreno de pastos... El aficionado quebusca un coto de caza no pone a su deseo más límite que la anchura de su bolsa...Sobre la montaña escocesa han llovido penalidades no menos crueles que las impuestasa Inglaterra por la política de los reyes normandos. A la caza se la dejacorrer en libertad, sin tasarle el terreno: en cambio, a las personas se lasacosa y se las mete en fajas de tierras cada vez más estrechas... Al pueblo lefueron arrebatadas unas libertades tras otras... Y la opresión crecediariamente. Los propietarios siguen la norma de diezmar y exterminar a lagente como un principio fijo, como una necesidad agrícola, lo mismo que setalan los árboles y la maleza en las espesuras de América y Australia, y estaoperación sigue su marcha tranquila y comercial».

La depredación de los bienes de la Iglesia, la enajenación fraudulenta de lastierras del dominio público, el saqueo de los terrenos comunales, lametamorfosis, llevada a cabo por la usurpación y el terrorismo más inhumano dela propiedad feudal y del patrimonio del clan en la moderna propiedad privada: heahí otros tantos métodos idílicos de acumulación originaria. Con estos métodosse abrió paso a la agricultura capitalista, se incorporó el capital a la tierray se crearon los contingentes de proletarios libres y privados de medios devida que necesitaba la industria de las ciudades.

3. LEGISLACION SANGRIENTA CONTRA LOS EXPROPIADOS,
A PARTIR DE FINES DEL SIGLO XV.
LEYES REDUCIENDO EL SALARIO

Los contingentes expulsados de sus tierras al disolverse las huestesfeudales y ser expropiados a empellones y por la fuerza formaban unproletariado libre y privado de medios de existencia, que no podía serabsorbido por las manufacturas con la misma rapidez con que aparecía en elmundo. Por otra parte, estos seres que de repente se veían lanzados fuera de suórbita acostumbrada de vida, no podían adaptarse con la misma celeridad a ladisciplina de su nuevo estado. Y así, una masa de ellos fue convirtiéndose enmendigos, salteadores y vagabundos; algunos por inclinación, pero los más,obligados por las circunstancias. De aquí que a fines del siglo XV y durantetodo el siglo XVI se dictase en toda Europa Occidental una legislaciónsangrienta persiguiendo el vagabundaje. De este modo, los padres de la claseobrera moderna empezaron viéndose castigados por algo de que ellos mismos eranvíctimas, por verse reducidos a vagabundos y mendigos. La legislación lostrataba como a delincuentes «voluntarios», como si dependiese de su buenavoluntad el continuar trabajando en las viejas condiciones, ya abolidas.

En Inglaterra, esta legislación comenzó bajo el reinado de Enrique VII.

Enrique VIII, 1530: Los mendigos viejos e incapacitados para el trabajodeberán proveerse de licencia para mendigar. Para los vagabundos capaces de trabajar,por el contrario, azotes y reclusión. Se les atará a la parte trasera de uncarro y se les azotará hasta que la sangre mane de su cuerpo, devolviéndolosluego, bajo juramento, a su pueblo natal o al sitio en que hayan resididodurante los últimos tres años, para que «se pongan a trabajar» (to puthimself to labour). ¡Qué ironía tan cruel! El acto del año 27 del reinadode Enrique VIII reitera el estatuto anterior, pero con nuevas adiciones, que lohacen todavía más riguroso. En caso de reincidencia de vagabundaje, deberáazotarse de nuevo al culpable y cortarle media oreja; a la tercera vez que sele coja, se le ahorcará como criminal peligroso y enemigo de la sociedad.

Eduardo VI: Un estatuto dictado en el primer año de su reinado, en 1547,ordena que si alguien se niega a trabajar se le asigne como esclavo a lapersona que le denuncie como holgazán. El dueño deberá alimentar a su esclavocon pan y agua, bodrio y los desperdicios de carne que crea conveniente. Tienederecho a obligarle a que realice cualquier trabajo, por muy repelente que sea,azotándole y encadenándole, si fuera necesario. Si el esclavo desaparecedurante dos semanas, se le condenará a esclavitud de por vida, marcándole afuego con una S [S-Slave, esclavo, en inglés] en la frenteo en un carrillo; si huye por tercera vez, se le ahorcará como reo de altatraición. Su dueño puede venderlo, legarlo a sus herederos o cederlo comoesclavo, exactamente igual que el ganado o cualquier objeto mueble. Losesclavos que se confabulen contra sus dueños serán también ahorcados. Losjueces de paz seguirán las huellas a los pícaros, tan pronto se les informe. Sise averigua que un vagabundo lleva tres días seguidos haraganeando, se le expediráa su pueblo natal con una V marcada a fuego en el pecho, y le sacaráncon cadenas a la calle a trabajar en la construcción de carreteras oempleándole en otros servicios. El vagabundo que indique un falso pueblo denacimiento será castigado a quedarse en él toda la vida como esclavo, sea delos vecinos o de la corporación, y se le marcará a fuego con una S. Todoel mundo tiene derecho a quitarle al vagabundo sus hijos y tenerlos bajo sucustodia como aprendices: los hijos hasta los veinticuatro años, las hijashasta los veinte. Si se escapan, serán entregados como esclavos, hasta dichaedad, a sus maestros, quienes podrán azotarlos, cargarlos de cadenas, etc., asu libre albedrío. El maestro puede poner a su esclavo un anillo de hierro enel cuello, el brazo o la pierna, para identificarlo mejor y tenerlo más a mano.En la última parte de este estatuto se establece que ciertos pobres podrán serobligados a trabajar para el lugar o el individuo que les dé de comer y-beber yles busque trabajo. Esta clase de esclavos parroquiales subsiste en Inglaterrahasta bien entrado el siglo XIX, bajo el nombre de roundsmen(rondadores).

Isabel, 1572: Los mendigos sin licencia y mayores de catorce años seránazotados sin misericordia y marcados con hierro candente en la oreja izquierda,caso de que nadie quiera tomarlos durante dos años a su servicio. En caso dereincidencia, siempre que sean mayores de dieciocho años y nadie quieratomarlos por dos años a su servicio, serán ahorcados. Al incidir por terceravez, se les ahorcará irremisiblemente como reos de alta traición. Otros estatutossemejantes: el del año 18 del reinado de Isabel, c. 13, y la ley de 1597.

Jacobo I: Todo el que no tenga empleo fijo y se dedique a mendigar esdeclarado vagabundo. Los jueces de paz de las Petty Sessions quedanautorizados a mandar a azotarlos en público y a recluirlos en la cárcel, a laprimera vez que se les sorprenda, por seis meses, a la segunda, por dos años.Durante su permanencia en la cárcel, podrán ser azotados tantas veces y entanta cantidad como los jueces de paz crean conveniente... Los vagabundospeligrosos e incorregibles deberán ser marcados a fuego con una R en elhombro izquierdo y sujetos a trabajos forzados; y si se les sorprende nuevamentemendigando, serán ahorcados sin misericordia. Estos preceptos, que conservan sufuerza legal hasta los primeros años del siglo XVIII, sólo fueron derogados porel reglamento del año 12 del reinado de Ana, c. 23.

Leyes parecidas a éstas se dictaron también en Francia, en cuya capitalse había establecido, a mediados del siglo XVII, un verdadero reino devagabundos (royaume des truands). Todavía en los primeros años delreinado de Luis XVI (Ordenanza del 13 de julio de 1777), disponía la ley que semandase a galeras a todas las personas de dieciséis a sesenta años que, gozandode salud, careciesen de medios de vida y no ejerciesen ninguna profesión.Normas semejantes se contenían en el estatuto dado por Carlos V, en octubre de1537, para los Países Bajos, en el primer edicto de los Estados y ciudades deHolanda (l9 de marzo de 1614), en el bando de las Provincias Unidas (25 dejunio de 1649), etc.

Véase, pues, cómo después de ser violentamente expropiados y expulsadosde sus tierras y convertidos en vagabundos, se encajaba a los antiguoscampesinos, mediante leyes grotescamente terroristas a fuerza de palos, demarcas a fuego y de tormentos, en la disciplina que exigía el sistema deltrabajo asalariado.

No basta con que las condiciones de trabajo cristalicen en uno de lospolos como capital y en el polo contrario como hombres que no tienen nada quevender más que su fuerza de trabajo. Ni basta tampoco con obligar a éstos avenderse voluntariamente. En el transcurso de la producción capitalista, se vaformando una clase obrera que, a fuerza de educación, de tradición, decostumbre, se somete a las exigencias de este régimen de producción como a lasmás lógicas leyes naturales. La organización del proceso capitalista deproducción ya desarrollado vence todas las resistencias; la creación constantede una superpoblación relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda detrabajo y, por ello,  el salario a tonocon las necesidades de crecimiento del capital, y la presión sorda de lascondiciones económicas sella el poder de mando del capitalista sobre el obrero.Todavía se emplea, de vez en cuando, la violencia directa, extraeconómica; perosólo en casos excepcionales. Dentro de la marcha natural de las cosas, ya puededejarse al obrero a merced de las «leyes naturales de la producción», es decir,puesto en dependencia del capital, dependencia que las propias condiciones deproducción engendran, garantizan y perpetúan. Durante la génesis histórica dela producción capitalista, no ocurre aún así. La burguesía, que va ascendiendo,necesita y emplea todavía el poder del Estado para «regular» los salarios, esdecir, para sujetarlos dentro de los límites que benefician a la extracción deplusvalía, y para alargar la jornada de trabajo y mantener al mismo obrero enel grado normal de dependencia. Es éste un factor esencial de la llamadaacumulación originaria.

La clase de los obreros asalariados, que surgió en la segunda mitad delsiglo XIV, sólo representaba por aquel entonces y durante el siglo siguienteuna parte muy pequeña de la población y tenía bien cubierta la espalda por laeconomía de los campesinos independientes, de una parte, y, de otra, por laorganización gremial de las ciudades. Tanto en la ciudad como en el campo,había una cierta afinidad social entre patronos y obreros. La supeditación deltrabajo al capital era sólo formal; es decir, el modo de producción nopresentaba aún un carácter específicamente capitalista. El elemento variabledel capital predominaba considerablemente sobre el constante. Por eso, lademanda de trabajo asalariado crecía rápidamente con cada acumulación decapital mientras la oferta sólo le seguía lentamente. Por aquel entonces,todavía se invertía en el fondo de consumo del obrero una gran parte delproducto nacional, que más tarde había de convertirse en fondo de acumulaciónde capital.

En Inglaterra, la legislación sobre el trabajo asalariado, encaminadadesde el primer momento a la explotación del obrero y enemiga de él desde elprimer instante hasta el último, comienza con el Statute of Labourers[Estatuto de obreros] de Eduardo III, en 1349. A él corresponde, enFrancia la Ordenanzade 1350, dictada en nombre del rey Juan. La legislación inglesa y francesasiguen rumbos paralelos y tienen idéntico contenido. En la parte en que losestatutos obreros procuran imponer la prolongación de la jornada de trabajo nohemos de volver sobre ellos, pues este punto ha sido tratado ya (parte 5 delcapítulo 8).

El Statute of Labourers se dictó ante las apremiantes quejas de la Cámara de los Comunes.

«Antes» —dice candorosamente un tory— «los pobres exigían unos jornalestan altos, que ponían en trance de ruina la industria y la riqueza. Hoy, sussalarios son tan bajos, que ponen también en trance de ruina la industria y lariqueza, pero de otro modo y tal vez más amenazadoramente que antes».

En este estatuto se establece una tarifa legal de salarios para el campoy la ciudad, por piezas y por días. Los obreros del campo deberán contratarsepor años, los de la ciudad «en el mercado libre». Se prohibe, bajo penas decárcel, abonar jornales superiores a los señalados por el estatuto, pero eldelito de percibir tales salarios ilegales se castiga con mayor dureza que eldelito de abonarlos. Siguiendo esta norma, en las sec. 18 y 19 del Estatuto deaprendices dictado por la reina Isabel se castiga con diez días de cárcel alque abone jornales excesivos; en cambio, al que los cobre se le castiga conveintiuno. Un estatuto de 1360 aumenta las penas y autoriza incluso al patronopara imponer, mediante castigos corporales, el trabajo por el salario tarifado.Todas las combinaciones, contratos, juramentos, etc., con que se obligan entresí los albañiles y los carpinteros son declarados nulos. Desde el siglo XIVhasta 1825, el año de la abolición de las leyes anticoalicionistas, lascoaliciones obreras son consideradas como un grave crimen. Cuál era el espírituque inspiraba el estatuto obrero de 1349 y sus hermanos menores se veclaramente con sólo advertir que en él se fijaba por imperio del Estado unsalario máximo; lo que no se prescribía ni por asomo era un salario mínimo.

Durante el siglo XVI, empeoró considerablemente, como se sabe, lasituación de los obreros. El salario en dinero subió, pero no proporcionalmentea la depreciación del dinero y a la correspondiente subida de los precios delas mercancías. En realidad, pues, los jornales bajaron. A pesar de ello,seguían en vigor las leyes encaminadas a hacerlos bajar, con la conminación decortar la oreja y marcar con el hierro candente a aquellos «que nadie quisieratomar a su servicio». El Estatuto de aprendices del año 5 del reinado deIsabel, c. 3, autorizaba a los jueces de paz a fijar determinados salarios ymodificarlos, según las épocas del año y los precios de las mercancías. JacoboI hizo extensiva esta norma a los tejedores, los hilanderos y toda suerte decategorías obreras, y Jorge II extendió las leyes contra las coalicionesobreras a todas las manufacturas.

Dentro del período propiamente manufacturero, el régimen capitalista deproducción sentíase ya lo suficientemente fuerte para que la reglamentaciónlegal de los salarios fuese tan impracticable como superflua, pero seconservaban, por si acaso, las armas del antiguo arsenal. Todavía el reglamentopublicado el año 8 del reinado de Jorge II prohibe que los oficiales de sastrede Londres y sus alrededores cobren más de 2 chelines y 7 peniques y medio dejornal, salvo en casos de duelo público; el reglamento del año 13 del reinadode Jorge III, c. 68, encomienda a los jueces de paz la reglamentación delsalario de los tejedores en seda; todavía en 1796, fueron necesarios dos fallosde los tribunales superiores para decidir si las órdenes de los jueces de pazsobre salarios regían también para los obreros no agrícolas; en 1799, una leydel parlamento confirma que el salario de los obreros mineros de Escocia sehalla reglamentado por un estatuto de la reina Isabel y dos leyes escocesas de1661 y 1671. Un episodio inaudito, producido en la Cámara de los Comunes deInglaterra, vino a demostrar hasta qué punto habían cambiado las cosas. Aquí,donde durante más de 400 años se habían estado fabricando leyes sobre la tasamáxima que en modo alguno podía rebasar el salario pagado a un obrero, selevantó en 1796 un diputado,

Whitbread, para proponer un salario mínimo para los jornaleros delcampo. Pitt se opuso a la propuesta, aunque reconociendo que «la situación delos pobres era cruel». Por fin, en 1813 fueron derogadas las leyes sobrereglamentación de salarios. Estas leyes eran una ridícula anomalía, desde elmomento en que el capitalista regía la fábrica con sus leyes privadas,haciéndose necesario completar el salario del bracero del campo con el tributode pobreza para llegar al mínimo indispensable. Las normas de los Estatutosobreros sobre los contratos entre el patrono y sus jornaleros, sobre los plazosde aviso, etc., las que sólo permiten demandar por lo civil contra el patronoque falta a sus deberes contractuales, permitiendo, en cambio, procesar por locriminal al obrero que no cumple los suyos, siguen en pleno vigor hasta lafecha.

Las crueles leyes contra las coaliciones hubieron de derogarse en 1825,ante la actitud amenazadora del proletariado. No obstante, sólo fueronderogadas parcialmente. Hasta 1859 no desaparecieron algunos hermosos vestigiosde los antiguos estatutos. Finalmente, la ley votada por el parlamento el 29 dejunio de 1871 prometió borrar las últimas huellas de esta legislación de clase,mediante el reconocimiento legal de las tradeuniones. Pero otra leyparlamentaria de la misma fecha (An act to amend the criminal law relatingto violence, threats and molestation) («Acto para enmendar la criminal leyacerca de la violencia, las amenazas y las vejaciones») restablece, enrealidad, el antiguo estado de derecho bajo una forma nueva. Mediante esteescamoteo parlamentario, los recursos de que pueden valerse los obreros en casode huelga o lockout (huelga de los fabricantes coaligados, para cerrarsus fábricas), se sustraen al derecho común y se someten a una legislaciónpenal de excepción, que los propios fabricantes son los encargados de interpretar,en su función de jueces de paz. Dos años antes, la misma Cámara de los Comunesy el mismo señor Gladstone, con su proverbial honradez, habían presentado unproyecto de ley aboliendo todas las leyes penales de excepción contra la claseobrera. Pero no se le dejó pasar de la segunda lectura, y se fue dando largasal asunto, hasta que, por fin, el «gran partido liberal», fortalecido por laalianza con los tories, tuvo la valentía necesaria para votar contra el mismoproletariado que le había encaramado en el poder. No contento con estatraición, el «gran partido liberal» permitió que los jueces ingleses, que tantose desviven en el servicio a las clases gobernantes, desenterrasen las leyes yaprescritas sobre las «conspiraciones» y las aplicasen a las coalicionesobreras. Como se ve, el parlamento inglés renunció a las leyes contra lashuelgas y las tradeuniones de mala gana y presionado por las masas, después dehaber desempeñado él durante cinco siglos, con el egoísmo más desvergonzado, elpapel  de una tradeunión permanente delos capitalistas contra los obreros.

En los mismos comienzos de la tormenta revolucionaria, la burguesíafrancesa se atrevió a arrebatar de nuevo a los obreros el derecho de asociaciónque acababan de conquistar. Por decreto del 14 de junio de 1791, declaró todaslas coaliciones obreras como un «atentado contra la libertad y la Declaración de losDerechos del Hombre», sancionable con una multa de 500 libras y privaciónde la ciudadanía activa durante un año. Esta ley, que, poniendo a contribuciónel poder policíaco del Estado, procura encauzar dentro de los límites que alcapital le plazcan la lucha de concurrencia entablada entre el capital y eltrabajo, sobrevivió a todas las revoluciones y cambios de dinastía. Ni el mismorégimen del terror se atrevió a tocarla. No se la borró del Código penal hastahace muy poco. Nada más elocuente que el pretexto que se dio, al votar la leypara justificar este golpe de Estado burgués. «Aunque es de desear —dice elponente de la ley, Le Chapelier— que los salarios suban por encima de su nivelactual, para que quienes los perciben puedan sustraerse a esa dependenciaabsoluta que supone la carencia de los medios de vida más elementales, y que escasi la esclavitud», a los obreros se les niega el derecho a ponerse de acuerdosobre sus intereses, a actuar conjuntamente y, por tanto, a vencer esa«dependencia absoluta, que es casi la esclavitud», porque con ello herirían «lalibertad de sus cidevant maîtres [anteriores dueños] y actuales patronos»(¡la libertad de mantener a los obreros en la esclavitud!), y porque elcoaligarse contra el despotismo de los antiguos maestros de las corporacionesequivaldría —¡adivínese!— a restaurar las corporaciones abolidas por la Constitución francesa.

4. GENESIS DEL ARRENDATARIO CAPITALISTA

Después de exponer el proceso de violenta creación de los proletarioslibres y desheredados, el régimen sanguinario con que se les convirtió enobreros asalariados, las sucias altas medidas estatales que, aumentando elgrado de explotación del trabajo elevaban, con medios policíacos, laacumulación del capital, cumple preguntar: ¿Cómo surgieron los primeroscapitalistas? Pues la expropiación de la población campesina sólo creadirectamente grandes propietarios de tierra. En cuanto a la génesis delarrendatario, puede, digámoslo así, tocarse con la mano, pues constituye unproceso lento, que se arrastra a lo largo de muchos siglos. Los propiossiervos, y con ellos los pequeños propietarios libres no tenían todos, ni muchomenos, la misma situación patrimonial, siendo por tanto emancipados en condicionaseconómicas muy distintas.

En Inglaterra, la primera forma bajo la que se presenta el arrendatarioes la del bailiff también siervo. Su posición se parece mucho a la del villicus[capataz de esclavos] de la antigua Roma, aunque con un radio de acción másreducido. Durante la segunda mitad del siglo XIV es sustituido por un colono oarrendatario, al que el señor de la tierra provee de simiente, ganado y aperosde labranza. Su situación no difiere gran cosa de la del simple campesino. Laúnica diferencia es que explota más trabajo asalariado. Pronto se convierte en métayer[aparcero], en semiarrendatario. Este pone una parte del capital agrícola y elpropietario la otra. Los frutos se reparten según la proporción fijada en elcontrato. En Inglaterra, esta forma no tarda en desaparecer, para ceder elpuesto a la del verdadero arrendatario, que explota su propio capital empleandoobreros asalariados y abonando al terrateniente como renta, en dinero o enespecie, una parte del plusproducto.

Durante el siglo XV, mientras el campesino independiente y el obreroagrícola, que, además de trabajar a jornal para otro, cultiva su propia tierra,se enriquecen con su trabajo, las condiciones de vida del arrendatario y sucampo de producción no salen de la mediocridad. La revolución agrícola delúltimo tercio del siglo XV, que dura casi todo el siglo XVI (aunque exceptuandolos últimos decenios), enriquece al arrendatario con la misma celeridad con queempobrece a la población rural. La usurpación de los pastos comunales, etc., lepermite aumentar considerablemente casi sin gastos su contingente de ganado, alpaso que éste le suministra abono más abundante para cultivar la tierra.

En el siglo XVI viene a añadirse a éstos un factor decisivo. Loscontratos de arrendamiento eran entonces contratos a largo plazo, abundando losde noventa y nueve años. La constante depreciación de los metales preciosos, ypor tanto del dinero, fue para los arrendatarios una lluvia de oro. Hizo —aunprescindiendo de todas las circunstancias ya expuestas— que descendiesen lossalarios. Una parte de éstos pasó a incrementar las ganancias del arrendatario.El alza incesante de los precios del trigo, de la lana, de la carne, en unapalabra, de todos los productos agrícolas, vino a hinchar, sin intervenciónsuya, el capital en dinero del arrendatario, mientras que la renta de latierra, que él tenía que abonar, se contraía en su antiguo valor en dinero. Deeste modo, se enriquecía a un tiempo mismo a costa de los jornaleros y delpropietario de la tierra. Nada tiene, pues, de extraño que, a fines del sigloXVI, Inglaterra contase con una clase de «arrendatarios capitalistas» ricos,para lo que se acostumbraba en aquellos tiempos.

5. LA INFLUENCIA INVERSA DE LA REVOLUCION
AGRICOLA
SOBRE LA INDUSTRIA.
FORMACION DEL
MERCADO INTERIOR PARA
EL CAPITAL INDUSTRIAL

La expropiación y el desahucio de la población campesina, realizados porráfagas y constantemente renovados, hacía afluir a la industria de lasciudades, como hemos visto, masas cada vez más numerosas de proletariosdesligados en absoluto del régimen gremial, sabia circunstancia que hace creeral viejo A. Anderson (autor que no debe confundirse con James Anderson), en su Historia delComercio, en una intervención directa de la providencia. Hemos dedetenernos unos instantes a analizar este elemento de la acumulaciónoriginaria. Al enrarecimiento de la población rural independiente que trabajasus propias tierras no sólo corresponde una condensación del proletariadoindustrial, como al enrarecimiento de la materia del universo en unos sitios,corresponde, según Geoffroy Saint-Hilaire, su condensación en otros.

A pesar de haber disminuido el número de brazos que la cultivaban, latierra seguía dando el mismo producto o aún más, pues la revolución operada enel régimen de la propiedad inmueble lleva aparejados métodos perfeccionados decultivo, mayor cooperación, concentración de los medios de producción, etc., ylos jornaleros del campo no sólo son explotados más intensamente[*], sino que, además, va reduciéndose enproporciones cada vez mayores el campo de producción en que trabajan para ellosmismos. Con la parte de la población rural que queda disponible quedan tambiéndisponibles, por tanto, sus antiguos medios de subsistencia, que ahora seconvierten en elemento material del capital variable. Ahora, el campesinolanzado al arroyo, si quiere vivir, tiene que comprar el valor de sus medios devida a su nuevo señor, el capitalista industrial, en forma de salario. Y lo queocurre con los medios de vida, ocurre también con las primeras materiasagrícolas, de producción local, suministradas a la industria. Estas seconvierten en elemento del capital constante.

Supongamos, por ejemplo, que una parte de los campesinos de Westfalia,que en tiempos de Federico II hilaban todos lino, fue expropiada violentamentey arrojada de sus tierras, mientras los restantes se convertían en jornalerosde los grandes arrendatarios. Simultáneamente, surgen grandes fábricas dehilados de lino y de tejidos, en las que entran a trabajar por un jornal losbrazas que han quedado «disponibles». El lino sigue siendo el mismo de antes.No ha cambiado en él ni una sola fibra, y sin embargo, en su cuerpo se albergaahora una alma social nueva, pues este lino forma ahora parte del capitalconstante del dueño de la manufactura. Antes, se distribuía entre un sinnúmerode pequeños productores, que lo cultivaban por sí mismos y lo hilaban enpequeñas cantidades, con sus familias; ahora, se concentra en manos de un solocapitalista, que hace que otros hilen y tejan para él. Antes, el trabajosuplementario que se rendía en el taller de hilado se traducía en un ingresosuplementario para innumerables familias campesinas, o también, bajo FedericoII, en impuestos pour le roi de Prusse*. Ahora, se traduce enganancia para un puñado de capitalistas. Los husos y los telares, que antes sedistribuían por toda la comarca, se aglomeran ahora, con los obreros y lamateria prima, en unos cuantos cuarteles del trabajo. Y de medios de vida independientepara hilanderos y tejedores, los husos, los telares y la materia prima seconvierten en medios para someterlos al mando de otro y para arrancarlestrabajo no retribuido. Ni en las grandes manufacturas ni en las grandes granjashay algún signo exterior que indique que en ellas se reúnen muchos pequeñoshogares de producción y que deben su origen a la expropiación de muchospequeños productores independientes. Sin embargo, el ojo imparcial no se dejaengañar tan fácilmente. En tiempo de Mirabeau, el terrible revolucionario, lasgrandes manufacturas se llamaban todavía manufactures réunies, talleresreunidos, como decimos de las tierras cuando se juntan.

«Sólo se ven» —dice Mirabeau— «esas grandes manufacturas, en las quetrabajan cientos de hombres bajo las órdenes de un director y que se denominangeneralmente manufacturas reunidas (manufactures réunies). En cambio,aquellas en las que trabajan diseminados, cada cual por su cuenta, gran númerode obreros, pasan casi inadvertidas. Se las relega a último término. Y esto esun error muy grande, pues son éstas las que forman la parte realmente másimportante de la riqueza nacional... La fábrica reunida (fabrique réunie)enriquecerá fabulosamente a uno o dos empresarios pero los obreros que en ellatrabajan no son más que jornaleros mejor o peor pagados, que en nada participandel bienestar del fabricante. En cambio, en las fábricas separadas (fabriquesséparées) nadie se enriquece, pero gozan de bienestar multitud deobreros... El número de los obreros activos y económicos crecerá, porque éstosven en la vida ordenada y en el trabajo un medio de mejorar notablemente susituación, en vez de obtener una pequeña mejora de jornal, que jamás decidirádel porvenir y que, a lo sumo, permite al obrero vivir un poco mejor, perosiempre al día. Las manufacturas separadas e individuales, combinadas casisiempre con un poco de labranza, son las únicas libres».

La expropiación y el desahucio de una parte de la población rural, nosólo deja a los obreros, sus medios de vida y sus materiales de trabajodisponibles para que el capital industrial los utilice, sino que además crea elmercado interior.

En efecto, el movimiento que convierte a los pequeños labradores enobreros asalariados y a sus medios de vida y de trabajo en elementos materialesdel capital, crea para éste, paralelamente, su mercado interior. Antes, lafamilia campesina producía y elaboraba los medios de vida y las materiasprimas, que luego eran consumidas, en su mayor parte, por ella misma. Puesbien, estas materias primas y estos medios de vida se convierten ahora enmercancías, vendidas por los grandes arrendatarios, que encuentran su mercadoen las manufacturas. El hilo, el lienzo, los artículos bastos de lana, objetostodos de cuya materia prima disponía cualquier familia campesina y que ellahilaba y tejía para su uso, se convierten ahora en artículos manufacturados,que tienen su mercado precisamente en los distritos rurales. La numerosaclientela diseminada y controlada hasta aquí por una muchedumbre de pequeñosproductores que trabajaban por cuenta propia se concentra ahora en un granmercado atendido por el capital industrial. De este modo, a la par con laexpropiación de los antiguos labradores independientes y su divorcio de losmedios de producción, avanza la destrucción de las industrias ruralessecundarias, el proceso de diferenciación de la industria y la agricultura.Sólo la destrucción de la industria doméstica rural puede dar al mercadointerior de un país las proporciones y la firmeza que necesita el régimencapitalista de producción.

Sin embargo, el período propiamente manufacturero no aporta, enrealidad, transformación radical alguna. Recuérdese que la manufactura sóloinvade la producción nacional de un modo fragmentario y siempre sobre el vastopanorama del artesanado urbano y de la industria secundaria doméstico-rural.Aunque elimine a ésta bajo ciertas formas, en determinadas ramas industriales yen algunos puntos, vuelve a ponerla en pie en otros en que ya estaba destruida,pues necesita de ella para transformar la materia prima hasta cierto grado deelaboración. La manufactura hace brotar, por tanto, una nueva clase de pequeñoscampesinos, que sólo se dedican a la agricultura como empleo secundario,explotando como oficio preferente un trabajo industrial para vender su productoa la manufactura, ya sea directamente o por mediación de un comerciante. Heaquí una de las causas, aunque no la fundamental, de un fenómeno que alprincipio desorienta a quien estudia la historia de Inglaterra. Desde el últimotercio del siglo XV, se escuchan en ella quejas constantes, interrumpidas sóloa intervalos, sobre los progresos del capitalismo en la agricultura y ladestrucción progresiva de la clase campesina. Por otra parte, esta clasecampesina reaparece constantemente, aunque en número más reducido y ensituación cada vez peor. La razón principal de esto está en que en Inglaterratan pronto predomina la producción de trigo como la ganadería, según losperíodos, y con el tipo de producción oscila el volumen de la produccióncampesina. Sólo la gran industria aporta, con la maquinaria, la base constantede la agricultura capitalista, expropia radicalmente a la inmensa mayoría de lapoblación del campo y remata el divorcio entre la agricultura y la industriadoméstico-rural, cuyas raíces —la industria de hilados y tejidos— arranca. Sóloella conquista, por tanto, para el capital industrial el mercado interioríntegro.

6. GENESIS DEL CAPITALISTA INDUSTRIAL

La génesis del capitalista industrial no se desarrolla de un modo tanlento y paulatino como la del arrendatario. Es indudable que ciertos pequeñosmaestros artesanos, y todavía más ciertos pequeños artesanos independientes, eincluso obreros asalariados, se convirtieron en pequeños capitalistas, y luego,mediante la explotación del trabajo asalariado en una escala cada vez mayor yla acumulación consiguiente, en capitalistas sans phrase [sin reservas].En el período de infancia de producción capitalista, ocurría no pocas veces loque en los años de infancia de las ciudades medievales, en que el problema desaber cuál de los siervos huidos llegaría a ser el amo y cuál el criado sedirimía las más de las veces por el orden de fechas en que se escapaban. Sinembargo, la lentitud de este método no respondía en modo alguno a lasexigencias comerciales del nuevo mercado mundial, creado por los grandes descubrimientosde fines del siglo XV. La Edad Media había legado dos formas distintas de capital, quealcanzaron su sazón en las más diversas formaciones socioeconómicas y que antesde llegar la era del modo de producción capitalista eran consideradas capital quandmême [por antonomasia]: capital usurario y capital comercial.

«En la actualidad, toda la riqueza de la sociedad se concentraprimeramente en manos del capitalista... Este paga la renta al terrateniente,el salario al obrero, los impuestos y el diezmo al recaudador de contribuciones,quedándose para sí con una parte grande, que en realidad es la parte mayor yque además tiende a crecer diariamente, del producto anual del trabajo. Ahorael capitalista puede ser considerado como el que se apropia de primera manotoda la riqueza social, aunque ninguna ley le ha transferido este derecho deapropiación... Este cambio de propiedad debe su origen al cobro de interesespor el capital... y es harto curioso que los legisladores de toda Europa hayanquerido evitar esto con leyes contra la usura... El poder del capitalista sobrela riqueza toda del país es una completa revolución en el derecho de propiedady ¿qué ley o qué serie de leyes la originó?»

El autor debería saber que las revoluciones no se hacen con leyes.

El régimen feudal, en el campo, y, en la ciudad, el régimen gremial impedíanal capital-dinero, formado en la usura y en el comercio, convertirse en capitalindustrial. Estas barreras desaparecieron con el licenciamiento de las huestesfeudales y con la expropiación y desahucio parciales de la población campesina.Las nuevas manufacturas habían sido construidas en los puertos marítimos deexportación o en lugares del campo alejados del control de las ciudadesantiguas y de su régimen gremial. De aquí la lucha rabiosa entablada enInglaterra entre los corporate towns [ciudades con régimen corporativogremial] y los nuevos viveros industriales.

El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, elexterminio, la esclavización y el sepultamiento en las minas de la poblaciónaborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, laconversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: tales sonlos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estosprocesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en elmovimiento de la acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus huellas, vienela guerra comercial de las naciones europeas, con el planeta entero porescenario. Rompe el fuego con el alzamiento de los Países Bajos, que se sacudenel yugo de la dominación española, cobra proporciones gigantescas en Inglaterracon la guerra antijacobina, sigue ventilándose en China en las guerras delopio, etc.

Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, en unorden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia eInglaterra. Es aquí, en Inglaterra, donde a fines del siglo XVII se resumen ysintetizan sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deudapública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista. En parte,estos métodos se basan, como ocurre con el sistema colonial, en la más burda delas violencias. Pero todos ellos se valen del poder del Estado, de la fuerzaconcentrada y organizada de la sociedad, para acelerar a pasos agigantados el procesode transformación del modo feudal de producción en el modo capitalista yacortar las transiciones. La violencia es la comadrona de toda sociedad viejaque lleva en sus entrañas otra nueva. Es ella misma una potencia económica.

Del sistema colonial cristiano dice un hombre, que hace del cristianismosu profesión, W. Howitt:

«Los actos de barbarie y de desalmada crueldad cometidos por las razasque se llaman cristianas en todas las partes del mundo y contra todos lospueblos del orbe que pudieron subyugar, no encuentran precedente en ningunaépoca de la historia universal ni en ninguna raza, por salvaje e inculta, pordespiadada y cínica que ella sea».

La historia del régimen colonial holandés —y téngase en cuenta queHolanda era la nación capitalista modelo del siglo XVII— «hace desfilar antenosotros un cuadro insuperable de traiciones, cohechos, asesinatos e infamias».Nada más elocuente que el sistema de robo de hombres aplicado en la isla deCélebes, para obtener esclavos con destino a Java. Los ladrones de hombres eranamaestrados convenientemente. Los agentes principales de este trato eran elladrón, el intérprete y el vendedor; los príncipes nativos, los vendedoresprincipales. Los muchachos robados eran escondidos en las prisiones secretas deCélebes, hasta que estuviesen ya maduros para ser embarcados con un cargamentode esclavos. En un informe oficial leemos:

«Esta ciudad de Makassar, por ejemplo, está llena de prisiones secretas,a cual más espantosa, abarrotadas de infelices, víctimas de la codicia y latiranía, cargados de cadenas, arrancados violentamente a sus familias».

Para apoderarse de Malaca, los holandeses sobornaron al gobernadorportugués. Este les abrió las puertas de la ciudad en 1641. Los invasorescorrieron en seguida a su palacio y le asesinaron, para de este modo poder«renunciar» al pago de la suma convenida por el servicio, que eran 21.875 libras esterlinas.A todas partes les seguía la devastación y la despoblación. Banjuwangi,provincia de Java, que en 1750 contaba con más de 80.000 habitantes, quedóreducida en 1811 a8.000. He aquí cómo se las gasta el doux commerce [comercio inocente].

Como es sabido, la Compañía inglesa de las Indias Orientales obtuvo, además delpoder político en estas Indias, el monopolio del comercio de té y del comerciochino en general, así como el del transporte de mercancías de Europa a China yviceversa. Pero del monopolio de la navegación costera de la India y entre las islas, ydel comercio interior de la India, se apropiaron los altos funcionarios de la Compañía. Losmonopolios de la sal, del opio, del bétel y otras mercancías eran filonesinagotables de riqueza. Los mismos funcionarios fijaban los precios a su antojoy esquilmaban como les daba la gana al infeliz indio. El gobernador general delas Indias llevaba participación en este comercio privado. Sus favoritosobtenían contratos en condiciones que les permitían, mejor que los alquimistas,hacer oro de la nada. En un solo día brotaban como los hongos grandes fortunas,y la acumulación originaria avanzaba viento en popa sin desembolsar ni unchelín. En las actas judiciales del Warren Hastings abundan ejemplos de esto.He aquí uno. Un tal Sullivan obtiene un contrato de opio cuando se dispone atrasladarse —en función de servicio— a una región de la India muy alejada de losdistritos opieros. Sullivan vende su contrato por 40.000 librasesterlinas a un tal Binn que lo revende el mismo día por 60.000, y el últimocomprador y ejecutor del contrato declara que obtuvo todavía una gananciafabulosa. Según una lista sometida al parlamento, la Compañía y susfuncionarios se hicieron regalar por los indios, desde 1757 hasta 1766, ¡6millones de libras esterlinas! Entre 1769 y 1770, los ingleses fabricaron allíuna epidemia de hambre, acaparando todo el arroz y negándose a venderlo si noles pagaban precios fabulosos.

En las plantaciones destinadas exclusivamente al comercio deexportación, como en las Indias Occidentales, y en los países ricos ydensamente poblados, entregados al pillaje y a la matanza, como México y lasIndias Orientales, era, naturalmente, donde el trato dado a los indígenasrevestía las formas más crueles. Pero tampoco en las verdaderas colonias sedesmentía el carácter cristiano de la acumulación originaria. Aquellos hombres,virtuosos intachables del protestantismo, los puritanos de la Nueva Inglaterra,otorgaron en 1703, por acuerdo de su Assembly [Asamblea Legislativa], unpremio de 40 librasesterlinas por cada escalpo de indio y por cada piel roja apresado; en 1720, elpremio era de 100 libraspor escalpo; en 1744, después de declarar en rebeldía a una tribu deMassachusetts-Bay, los premios eran los siguientes: por los escalpos de varón,desde doce años para arriba, 100 libras esterlinas de nuevo cuño; por cada hombreapresado, 105 libras;por cada mujer y cada niño, 55 libras; ¡por cada escalpo de mujer o niño, 50 libras! Algunosdecenios más tarde, el sistema colonial inglés había de vengarse en losdescendientes rebeldes de los devotos piligrim fathers [padresperegrinos], que cayeron tomahawkeados bajo la dirección y a sueldo deInglaterra. El parlamento británico declaró que la caza de hombres y elescalpar eran «recursos que Dios y la naturaleza habían puesto en sus manos».

Bajo el sistema colonial, prosperaban como planta de estufa el comercioy la navegación. Las «Sociedades Monopolias» (Lutero) eran poderosas palancasde concentración de capitales. Las colonias brindaban a las nuevasmanufacturas, que brotaban por todas partes, mercado para sus productos y unaacumulación de capital intensificada gracias al régimen de monopolio. El botínconquistado fuera de Europa mediante el saqueo descarado, la esclavización y lamatanza refluían a la metrópoli para convertirse aquí en capital. Holanda,primer país en que se desarrolló plenamente el sistema colonial, había llegadoya en 1648 al apogeo de su grandeza mercantil. Se hallaba

«en posesión casi exclusiva del comercio de las Indias Orientales y deltráfico entre el Suroeste y el Nordeste de Europa. Sus pesquerías, su marina ysus manufacturas sobrepujaban a las de todos los demás países. Los capitales deesta república superaban tal vez a los del resto de Europa junto».

Gülich, autor de estas líneas, se olvida de añadir que la masa delpueblo holandés se hallaba ya en 1648 más agotada por el trabajo, másempobrecida y más brutalmente oprimida que la del resto de Europa junto.

Hoy, la supremacía industrial lleva consigo la supremacía comercial. Enel verdadero período manufacturero sucedía lo contrario: era la supremacíacomercial la que daba el predominio en el campo de la industria. De aquí elpapel predominante que en aquellos tiempos desempeñaba el sistema colonial. Erael «dios extranjero» que venía a entronizarse en el altar junto a los viejosídolos de Europa y que un buen día los echaría a todos a rodar de un empellón.Este dios proclamaba la acumulación de plusvalía como el fin último y único dela humanidad.

El sistema del crédito público, es decir, de la deuda del Estado, cuyosorígenes descubríamos ya en Génova y en Venecia en la Edad Media, se adueñóde toda Europa durante el período manufacturero. El sistema colonial, con sucomercio marítimo y sus guerras comerciales, le sirvió de acicate. Por eso fueHolanda el primer país en que arraigó. La deuda pública, o sea, la enajenacióndel Estado —absoluto, constitucional o republicano—, imprime su sello a la eracapitalista. La única parte de la llamada riqueza nacional que entra real yverdaderamente en posesión colectiva de los pueblos modernos es... la deudapública. Por eso es perfectamente consecuente esa teoría moderna, según la cualun pueblo es tanto más rico cuanto más se carga de deudas. El crédito públicose convierte en credo del capitalista. Y al surgir las deudas del Estado, elpecado contra el Espíritu Santo, para el que no hay remisión, cede el puesto alperjurio contra la deuda pública.

La deuda pública se convierte en una de las palancas más potentes de laacumulación originaria. Es como una varita mágica que infunde virtudprocreadora al dinero improductivo y lo convierte en capital sin exponerlo alos riesgos ni al esfuerzo que siempre lleva consigo la inversión industrial eincluso la usuraria. En realidad, los acreedores del Estado no entregan nada,pues la suma prestada se convierte en títulos de la deuda pública, fácilmentenegociables, que siguen desempeñando en sus manos el mismísimo papel deldinero. Pero aún prescindiendo de la clase de rentistas ociosos que así se creay de la riqueza improvisada que va a parar al regazo de los financieros queactúan de mediadores entre el Gobierno y el país —así como de la riqueza regaladaa los arrendadores de impuestos, comerciantes y fabricantes particulares, acuyos bolsillos afluye una buena parte de los empréstitos del Estado, como uncapital llovido del cielo—, la deuda pública ha venido a dar impulso a lassociedades anónimas, al tráfico de efectos negociables de todo género, al agio;en una palabra, a la lotería de la bolsa y a la moderna bancocracia.

Desde el momento mismo de nacer, los grandes bancos, adornados contítulos nacionales, no fueron nunca más que sociedades de especuladoresprivados que cooperaban con los gobiernos y que, gracias a los privilegios queéstos les otorgaban, estaban en condiciones de adelantarles dinero. Por eso, laacumulación de la deuda pública no tiene barómetro más infalible que el alzaprogresiva de las acciones de estos bancos, cuyo pleno desarrollo data de lafundación del Banco de Inglaterra (en 1694). Este último comenzó prestando sudinero al Gobierno a un 8 por 100 de interés; al mismo tiempo, quedabaautorizado por el parlamento para acuñar dinero del mismo capital, volviendo aprestarlo al público en forma de billetes de banco. Con estos billetes podíadescontar letras, abrir créditos sobre mercancías y comprar metales preciosos.No transcurrió mucho tiempo antes de que este mismo dinero fiduciario fabricadopor él le sirviese de moneda para saldar los empréstitos hechos al Estado ypara pagar los intereses de la deuda pública por cuenta de éste. No contentocon dar con una mano para recibir con la otra más de lo que daba, seguíasiendo, a pesar de lo que se embolsaba, acreedor perpetuo de la nación hasta elúltimo céntimo entregado. Poco a poco, fue convirtiéndose en depositarioinsustituible de los tesoros metálicos del país y en centro de gravitación detodo el crédito comercial. Por los años en que Inglaterra dejaba de quemarbrujas, comenzaba a colgar falsificadores de billetes de banco. Las obras deaquellos años, por ejemplo, las de Bolingbroke muestran qué impresión producíaa las gentes de la época la súbita aparición de este monstruo de bancócratas,financieros, rentistas, corredores, agentes y lobos de bolsa.

Con la deuda pública surgió un sistema internacional de crédito, detrásdel que se esconde con frecuencia, en tal o cual pueblo, una de las fuentes dela acumulación originaria. Así, por ejemplo, las infamias del sistema de rapiñaseguido en Venecia constituyen una de esas bases ocultas de la riquezacapitalista de Holanda, a quien la Venecia decadente prestaba grandes sumas de dinero. Otrotanto acontece entre Holanda e Inglaterra. Ya a comienzos del siglo XVIII, lasmanufacturas holandesas se habían quedado muy atrás y Holanda había perdido lasupremacía comercial e industrial. Por eso, desde 1701 hasta 1776, uno de susnegocios principales consiste en prestar capitales gigantescos, sobre todo a supoderoso competidor: a Inglaterra. Es lo mismo que hoy ocurre entre Inglaterray los Estados Unidos. Muchos de los capitales que hoy comparecen enNorteamérica sin cédula de origen son sangre infantil recién capitalizada enInglaterra.

Como la deuda pública tiene que ser respaldada por los ingresos delEstado, que han de cubrir los intereses y demás pagos anuales, el sistema delos empréstitos públicos tenía que ser forzosamente el complemento del modernosistema tributario. Los empréstitos permiten a los gobiernos hacer frente agastos extraordinarios sin que el contribuyente se dé cuenta de momento, peroprovocan, a la larga, un recargo en los tributos. A su vez, el recargo deimpuestos que trae consigo la acumulación de las deudas contraídassucesivamente obliga al Gobierno a emitir nuevos empréstitos, en cuanto sepresentan nuevos gastos extraordinarios. El sistema fiscal moderno, que giratodo él en torno a los impuestos sobre los artículos de primera necesidad (ypor tanto a su encarecimiento) lleva en sí mismo, como se ve, el resortepropulsor de su progresión automática. El excesivo gravamen impositivo no es unepisodio pasajero, sino más bien un principio. Por eso en Holanda, primer paísen que se puso en práctica este sistema, el gran patriota De Witt lo ensalza ensus Máximascomo el mejor sistema imaginable para hacer al obrero sumiso, frugal, aplicadoy... agobiado de trabajo. Pero, aquí no nos interesan tanto los efectosaniquiladores de este sistema en cuanto a la situación de los obrerosasalariados como la expropiación violenta que supone para el campesino, elartesano, en una palabra, para todos los sectores de la pequeña clase media.Acerca de esto no hay discrepancia, ni siquiera entre los economistas burgueses.Y a reforzar la eficacia expropiadora de este mecanismo, por si aún fuese poca,contribuye el sistema proteccionista, que es una de las piezas que lo integran.

La parte tan considerable que toca a la deuda pública y al sistemafiscal correspondiente en la capitalización de la riqueza y en la expropiaciónde las masas, ha hecho que multitud de autores, como Cobbett, Doubleday yotros, busquen aquí, sin razón, la causa principal de la miseria de los pueblosmodernos.

El sistema proteccionista fue un medio artificial para fabricarfabricantes, expropiar a los obreros independientes, capitalizar los medios deproducción y de vida de la nación y abreviar violentamente el tránsito del modoantiguo al modo moderno de producción. Los Estados europeos se disputaron la patentede este invento y, una vez puestos al servicio de los acumuladores deplusvalía, abrumaron a su propio pueblo y a los extraños, para conseguiraquella finalidad, con la carga indirecta de los aranceles protectores, con elfardo directo de las primas de exportación, etc. En los países secundariosdependientes vecinos se exterminó violentamente toda la industria, como hizopor ejemplo Inglaterra con las manufacturas laneras en Irlanda. En elcontinente europeo, vino a simplificar notablemente este proceso el precedentede Colbert. Aquí, una parte del capital originario de los industriales saledirectamente del erario público.

«¿Para qué» —exclama Mirabeau— «ir a buscar tan lejos la causa del esplendormanufacturero de Sajonia antes de la guerra de los Siete años? ¡180 millones dedeuda pública!».

El sistema colonial, la deuda pública, la montaña de impuestos, elproteccionismo, las guerras comerciales, etc., todos estos vástagos delverdadero período manufacturero se desarrollaron en proporciones gigantescasdurante los años de infancia de la gran industria... El nacimiento de estaindustria es festejado con la gran cruzada heródica del rapto de niños. Lasfábricas reclutan su personal, como la Marina real, por medio de la prensa. Sir F. M.Eden, al que tanto enorgullecen las atrocidades de la campaña librada desde elúltimo tercio del siglo XV hasta su época, fines del siglo XVIII, paraexpropiar de sus tierras a la población del campo, que tanto se complace enensalzar este proceso histórico como un proceso «necesario» para abrir paso ala agricultura capitalista e «instaurar la proporción justa entre la tierra delabor y la destinada al ganado», no acredita la misma perspicacia económicacuando se trata de reconocer la necesidad del robo de niños y de la esclavitudinfantil para abrir paso a la transformación de la manufactura en industriafabril e instaurar la proporción justa entre el capital y la fuerza de trabajo.

«Merece tal vez la pena» —dice este autor— «que el público se pare apensar si una manufactura cualquiera que, para poder trabajar prósperamente,necesita saquear cotteges y asilos buscando los niños pobres para luego,haciendo desfilar a un tropel tras otro, martirizarlos y robarles el descansodurante la mayor parte de la noche; una manufactura que, además, mezcla y revuelvea montones de personas de ambos sexos, de diversas edades e inclinaciones, ental mezcolanza que el contagio del ejemplo tiene forzosamente que conducir a ladepravación y al libertinaje; si esta manufactura, decimos, puede enriquecer enalgo la suma del bienestar nacional e individual» «En Derbyshire,Nottinghamshire y sobre todo en Lancashire» —dice Fielden— «la maquinariarecién inventada fue empleada en grandes fábricas, construidas junto a ríoscapaces de mover la rueda hidráulica. En estos centros, lejos de las ciudades,se necesitaron de pronto miles de brazos. Lancashire, sobre todo, que hastaentonces había sido relativamente poco poblado e improductivo, atrajo hacia síuna enorme población. Se requisaban principalmente las manos de dedos finos yligeros. Inmediatamente se impuso la costumbre de traer aprendices (!) de losdiferentes asilos parroquiales de Londres, Birmingham y otros sitios. Asífueron expedidos al Norte miles y miles de criaturitas impotentes, desde lossiete hasta los trece o los catorce años. Los patronos» (es decir, los ladronesde niños) «solían vestir y dar de comer a sus víctimas, alojándolos en las«casas de aprendices» cerca de la fábrica. Se nombraban vigilantes encargadosde fiscalizar el trabajo de los muchachos. Estos capataces de esclavos estabaninteresados en que los aprendices se matasen trabajando, pues su sueldo eraproporcional a la cantidad de producto que a los niños se les arrancaba. Elefecto lógico de esto era una crueldad espantosa... En muchos distritosfabriles, sobre todo en Lancashire, estas criaturas inocentes y desgraciadas,consignadas al fabricante, eran sometidas a las más horribles torturas. Se lasmataba trabajando.... se las azotaba, se las cargaba de cadenas y se las atormentabacon los más escogidos refinamientos de crueldad; en muchas fábricas, andabanmuertos de hambre y se les hacía trabajar a latigazos... En algunos casos, seles impulsaba hasta al suicidio... Aquellos hermosos y románticos valles deDerbyshire, Nottinghamshire y Lancashire, ocultos a las miradas de lapublicidad, se convirtieron en páramos infernales de tortura, y no pocas vecesde matanza... Las ganancias de los fabricantes eran enormes. Pero, ello nohacía más que afilar sus dientes de ogro. Se implantó la práctica del trabajonocturno, es decir, que después de tullir trabajando durante todo el día a ungrupo de obreros, se aprovechaba la noche para baldar a otro; el grupo de día caíarendido sobre las camas calientes todavía de los cuerpos del grupo de noche, yviceversa. En Lancashire, hay un dicho popular, según el cual las camas no seenfrían nunca».

Con los progresos de la producción capitalista durante el períodomanufacturero, la opinión pública de Europa perdió los últimos vestigios depudor y de conciencia que aún le quedaban. Los diversos países se jactabancínicamente de todas las infamias que podían servir de medios de acumulación decapital. Basta leer, por ejemplo, los ingenuos Anales del Comercio, delfilisteo A. Anderson. En ellos se proclama a los cuatro vientos, como untriunfo de la sabiduría política de Inglaterra, que, en la paz de Utrecht, estepaís arrancó a los españoles, por el tratado de asiento, el privilegio de poderexplotar también entre Africa y la América española la trata de negros, que hasta entonces sólopodía explotar entre Africa y las Indias Occidentales inglesas. Inglaterraobtuvo el privilegio de suministrar a la América española, hasta 1743, 4.800 negros alaño. Este comercio servía, a la vez, de pabellón oficial para cubrir el contrabandobritánico. Liverpool se engrandeció gracias al comercio de esclavos. Este comercioera su método de acumulación originaria. Y hasta hoy, la «respetable sociedad»de Liverpool sigue siendo el Píndaro de la trata de esclavos que —véase lacitada obra del Dr. Aikin, publicada en 1795—, «exalta hasta la pasión elespíritu comercial y emprendedor, produce famosos navegantes y arroja enormesbeneficios». En 1730, Liverpool dedicaba 15 barcos al comercio de esclavos; en1751 eran ya 53; en 1760, 74; en 1770, 96, y en 1792, 132.

A la par que implantaba en Inglaterra la esclavitud infantil, laindustria algodonera servía de acicate para convertir la economía esclavista máso menos patriarcal de los Estados Unidos en un sistema comercial deexplotación. En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados enEuropa exigía, como pedestal, la esclavitud sans phrase [sin reservas]en el Nuevo Mundo.

Tantae molis erat el dar suelta a las «leyesnaturales y eternas» del modo de producción capitalista, el consumar el procesode divorcio entre los obreros y las condiciones de trabajo, el transformar, enuno de los polos, los medios sociales de producción y de vida en capital, y enel polo contrario la masa del pueblo en obreros asalariados, en «pobrestrabajadores» libres, este producto artificial de la historia moderna. Si eldinero, según Augier, «nace con manchas naturales de sangre en un carrillo», elcapital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde lospies hasta la cabeza.

7. TENDENCIA HISTORICA
DE LA ACUMULACION CAPITALISTA

¿A qué se reduce la acumulación originaria del capital, es decir, sugénesis histórica? En tanto que no es la transformación directa del esclavo ydel siervo de la gleba en obrero asalariado, o sea, un simple cambio de forma,la acumulación originaria significa solamente la expropiación del productordirecto, o lo que es lo mismo, la destrucción de la propiedad privada basada enel trabajo propio.

La propiedad privada, por oposición a la social, colectiva, sólo existeallí, donde los medios de trabajo y las condiciones externas de éste pertenecena particulares. Pero el carácter de la propiedad privada es muy distinto, segúnque estos particulares sean los trabajadores o los que no trabajan. Lasinfinitas modalidades que a primera vista presenta la propiedad privada nohacen más que reflejar los estados intermedios situados entre esos dosextremos.

La propiedad privada del trabajador sobre sus medios de producción es labase de la pequeña producción y ésta es una condición necesaria para eldesarrollo de la producción social y de la libre individualidad del propiotrabajador. Cierto es que este modo de producción existe también bajo laesclavitud, bajo la servidumbre de la gleba y en otras relaciones dedependencia. Pero sólo florece, sólo despliega todas sus energías, sóloconquista la forma clásica adecuada allí donde el trabajador es propietario privadoy libre de las condiciones de trabajo manejadas por él mismo, el campesinodueño de la tierra que trabaja, el artesano dueño del instrumento que manejacomo virtuoso.

Este modo de producción supone el fraccionamiento de la tierra y de losdemás medios de producción. Excluye la concentración de éstos y excluye tambiénla cooperación, la división del trabajo dentro de los mismos procesos deproducción, el dominio y la regulación social de la naturaleza, el libredesarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. Sólo es compatible conunos límites estrechos y primitivos de la producción y de la sociedad. Querereternizarlo, equivaldría, como acertadamente dice Pecqueur, a «decretar lamediocridad general». Pero, al llegar a un cierto grado de progreso, él mismocrea los medios materiales para su destrucción. A partir de este momento, en elseno de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten aherrojadas porél. Hácese necesario destruirlo, y es destruido. Su destrucción, latransformación de los medios de producción individuales y desperdigados enmedios socialmente concentrados de producción, y por tanto de la propiedadminúscula de muchos en propiedad gigantesca de unos pocos; la expropiación dela gran masa del pueblo, privándola de la tierra y de los medios de vida einstrumentos de trabajo, esta horrible y penosa expropiación de la masa delpueblo forma la prehistoria del capital. Abarca toda una serie de métodosviolentos, entre los cuales sólo hemos pasado revista aquí a los que han hechoépoca como métodos de acumulación originaria del capital. La expropiación delos productores directos se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo ybajo el acicate de las pasiones más infames, ruines, mezquinas y odiosas. Lapropiedad privada fruto del propio esfuerzo y basada, por decirlo así, en lacompenetración del obrero individual e independiente con sus condiciones detrabajo, es desplazada por la propiedad privada capitalista, que se basa en laexplotación de la fuerza de trabajo ajena, aunque formalmente libre.

Una vez que este proceso de transformación ha corroído suficientemente,en profundidad y extensión, la sociedad antigua, una vez que los productores sehan convertido en proletarios y sus condiciones de trabajo en capital, una vezque el modo capitalista de producción se mueve ya por sus propios medios, elrumbo ulterior de la socialización del trabajo y de la transformación de latierra y demás medios de producción en medios de producción explotadossocialmente, es decir, sociales, y por tanto, la marcha ulterior de laexpropiación de los propietarios privados, cobra una forma nueva. Ahora ya noes el trabajador que gobierna su economía el que debe ser expropiado, sino elcapitalista que explota a numerosos obreros.

Esta expropiación se lleva a cabo por el juego de leyes inmanentes de lapropia producción capitalista, por la centralización de los capitales. Uncapitalista devora a muchos otros. Paralelamente a esta centralización oexpropiación de una multitud de capitalistas por unos pocos, se desarrolla cadavez en mayor escala la forma cooperativa del proceso del trabajo, se desarrollala aplicación tecnológica consciente de la ciencia, la metódica explotación dela tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo quesólo pueden ser utilizados en común, y la economía de todos los medios de producción,por ser utilizados como medios de producción del trabajo combinado, del trabajosocial, el enlazamiento de todos los pueblos por la red del mercado mundial y,como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista. Ala par con la disminución constante del número de magnates del capital, queusurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación, aumentala masa de la miseria, de la opresión, de la esclavitud, de la degradación y dela explotación; pero aumenta también la indignación de la clase obrera, queconstantemente crece en número, se instruye, unifica y organiza por el propiomecanismo del proceso capitalista de producción. El monopolio del capital seconvierte en traba del modo de producción que ha florecido junto con él y bajosu amparo. La centralización de los medios de producción y la socialización deltrabajo llegan a tal punto que se hacen incompatibles con su envolturacapitalista. Esta se rompe. Le llega la hora a la propiedad privada capitalista.Los expropiadores son expropiados.

El modo capitalista de apropiación que brota del modo capitalista deproducción, y, por tanto, la propiedad privada capitalista, es la primeranegación de la propiedad privada individual basada en el trabajo propio. Perola producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso dela naturaleza, su propia negación. Es la negación de la negación. Esta norestaura la propiedad privada, sino la propiedad individual, basada en losprogresos de la era capitalista: en la cooperación y en la posesión colectivade la tierra y de los medios de producción creados por el propio trabajo.

La transformación de la propiedad privada dispersa, basada en el trabajopersonal del individuo, en propiedad privada capitalista es, naturalmente, unproceso muchísimo más lento, más difícil y más penoso de lo que será latransformación de la propiedad privada capitalista, que de hecho se basa ya enun proceso social de producción, en propiedad social. Allí, se trataba de laexpropiación de la masa del pueblo por unos cuantos usurpadores; aquí, de laexpropiación de unos cuantos usurpadores por la masa del pueblo.

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publicado por macongo a las 12:48 · 1 Comentario  ·  Recomendar
 
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