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27 de Agosto, 2007    General

METAS E IDEALES


NoamChomsky, “Escritos Libertarios”, Le Monde Diplomatique.

 

Metas eideales

 

 

Alhablar de metas e ideales pienso en una distinción práctica más que en una diferenciade principios. Como suele suceder en todos los problemas humanos, la perspectivaque más importa es la práctica. El conocimiento teórico que tenemos es demasiadodébil aún para cargarlo con tanta responsabilidad.

Cuandohablo de ideales me refiero a la imagen de la sociedad futura que tenemos y queorienta nuestras acciones presentes, la imagen de una sociedad en la que consideramosque una humanidad decente querría vivir. Cuando hablo de metas me refiero a laselecciones y a las tareas que están a nuestro alcance y que buscamos incansablementesiguiendo un ideal que resulta más distante y difuso.

 

Cualquiervisión inspiradora se basa en una concepción de la naturaleza humana, unaconcepción de lo que es mejor para la gente, de sus necesidades y sus derechos,de los aspectos de su naturaleza que deberían ser alentados, estimulados yliberados por el bienestar común. La concepción de la naturaleza humana en laque se basan nuestros ideales suele permanecer tácita y poco definida, perosiempre existe, tal vez implícitamente, ya sea que uno prefiera dejar las cosascomo están, preocuparse sólo por uno mismo, esforzarse por hacer cambios,pequeños o revolucionarios.

 

Podemosdecir que esto se aplica al menos a todos aquellos que se consideren agentesmorales, no monstruos, es decir a veces se preocupan por lo que hacen o dejande hacer.

Nuestroconocimiento es poco profundo en lo que respecta a todo esto. Como en casitodas las esferas de la vida humana  actuamossobre la base de la intuición y de la experiencia, sobre la base de nuestrasesperanzas y miedos. Los tomamos de acuerdo con una evidencia imperfecta y conun conocimiento limitado y, aunque nuestros ideales pueden y deben ser unaguía, son, en el mejor de los casos, una muy parcial. Al menos en lo querespecta a la gente que se preocupa por las consecuencias de sus actos, no sonclaros ni estables. La gente sensata será aquella que busque articular conmayor claridad los ideales que la estimulan y rute evaluarlos de manera críticaa la luz de la razón y la experiencia. Mientras tanto, la base es bastanteinsignificante y no parece haber evidencia de cambios próximos en este sentido.Las frases hechas son muy fáciles de repetir. Pero no sirven de mucho cuando delo que se trata es de tomar decisiones reales.

 

Las metas contra losideales

 

Puedeparecer que las metas y los ideales chocan y en ocasiones es así. En verdad,sabemos por la experiencia común que no es algo contradictorio. Permítanme darmi propio ejemplo para ilustrar lo que intento decir.

 

Misideales personales son los de la tradición anarquista, que se originaron en la Ilustración y en elanarcosindicalismo. Antes de continuar, debo hacer una aclaración: no merefiero a la del capitalismo de Estado que fue reconstruida con propósitosideológico, sino a la versión original, la que fue aplastada por el surgimientodel capitalismo industrial, como bien sostuvo Rudolph Rocker en un clásicotrabajo sobre el anarcosindicalismo hace ya sesenta años.

 

Conel desarrollo en la modernidad del capitalismo de Estado, los sistemaspolíticos, económicos e ideológicos fueron crecientemente tomados por enormesinstituciones privadas tiránicas que se parecen más al ideal totalitario quecualquier otro caso que  la historia hayavisto. “Dentro de la corporación dijo hace ya medio siglo el economistapolítico Robert Brady— todas las políticas emanan del control que viene dearriba. En la unión de este poder para determinar la política con la ejecucióndel mismo, toda la autoridad procede necesariamente de arriba hacia abajo ytoda la responsabilidad de abajo hacia arriba.

Estoes por supuesto, lo contrario del control ‘democrático’: en realidad mantienelas condiciones estructurales del poder dictatorial”. “Lo que en los círculospolíticos se denomina poder legislativo, judicial y ejecutivo” está concentradoen “agentes controladores” que, “en lo que respecta a la formulación y laejecución de políticas, se encuentran en la punta de la pirámide y se muevensin control alguno de parte de la base”. A medida que el poder privado “crece yse amplía” se transforma “en una fuerza colectiva tan potente y conscientepolíticamente”, tan dedicada a “los programas de propaganda” que “se vuelve unacuestión de hacer que el público adopte [...] el punto de vista de quienescontrolan la pirámide”. Dicho proyecto, ya importante en la época en que loveía Brady, alcanzó una escala gigantesca unos años más tarde, cuando lasempresas norteamericanas intentaron contrarrestar las corrientessocialdemócratas de la posguerra, que también habían llegado a Estados Unidos,y trataron de triunfar en lo que sus líderes llamaban “la eterna batalla por lamente de los hombres”, utilizando los enormes recursos de la industria derelaciones públicas, de la industria del entretenimiento, de los medios decomunicación corporativos y de todo lo que “los controladores de la pirámide”pudieron conseguir del orden social y económico. Estos son rasgos fundamentalesdel mundo moderno, como revelan dramáticamente algunos estudios verdaderamenteprofundos.

 

Las“instituciones bancarias y las compañías financieras” de las que nos advertíaThomas Jefferson en sus últimos años —diciendo que, de no ser contenidas, se convertiríanen una forma de absolutismo que destruiría el sueño de la revolución democrática—han cumplido desde entonces sus expectativas más extremas. Se han vuelto engran medida herméticas y crecientemente inmunes a la intervención popular y ala supervisión pública, además de haber ganado y seguir aumentando su controlsobre el orden global.

 

Quienesestán dentro de esas estructuras jerárquicas de mando reciben órdenes de los dearriba y dan órdenes a los de abajo. Quienes están fuera pueden intentar venderseal sistema del poder, pero les resulta imposible relacionarse con él decualquier otra forma —excepto comprando lo que ofrece, si eso está dentro desus posibilidades—. La complejidad del mundo no puede abarcarse en una simpledescripción, pero Brady es en verdad bastante preciso, más aún hoy que cuandoescribió su obra.

 

Deberíamosagregar que el extraordinario poder del que gozan las corporaciones y lasinstituciones financieras no es resultado de una elección popular. Fue diseñadoy creado por cortes y abogados a través de la construcción de un Estadodesarrollado que sirve a los intereses del poder privado, y extendido mediantela guerra entre Estados en busca de privilegios especiales, algo nada difícilpara las grandes instituciones privadas. Esta es la principal razón por la queel Congreso, dirigido por los intereses empresariales en un grado pocas vecesvisto, intenta desarrollar la autoridad federal para los Estados, más fácilmenteamenazados y manipulados. Estoy hablando de Estados Unidos, en donde el procesoha sido bastante bien estudiado en la academia. Hablaré de este caso. Sinembargo, hasta donde sé, la situación es básicamente la misma en todos lados.

 

Tendemosa pensar que las estructuras de poder presentes son inmutables, prácticamentenaturales. En realidad, son todo menos eso. Estos tipos de tiranía privada sólocobraron su forma actual. Con derechos de inmortalidad, a principios de sigloXX. Las garantías de derechos y la teoría legal que las respaldan se basan enfundamentos intelectuales bastante similares a los que crearon los otros dosprincipales totalitarismos del siglo XX: el fascismo y el bolchevismo. No harazón alguna para pensar que esta tendencia será más duradera que sus infameshermanas.

 

Convencionalmentese restringe el uso de términos como “totalitario” o “dictadura” al poderpolítico. Brady innova al romper con esa convención tan natural que permitequitar de la vista del público los centros verdaderos de la toma de decisiones.Dichos intentos son lógicamente esperables en una sociedad basada en laautoridad ilegítima. Es decir en cualquier sociedad actual. Por eso se suelenprivilegiar los relatos sobre los rasgos y los fracasos personales o sobre lasprácticas culturales, trabajos más vagos e imprecisos, que los estudios sobrela estructura y la función de las instituciones del poder.

 

Cuandohablo del liberalismo clásico, me refiero a las ideas que fueron barridas, engran medida, por la aparición de la autocracia estatal capitalista. Estas ideassobrevivieron —o, más bien, fueron reinventadas— de distintas maneras en lacultura de resistencia contra las nuevas formas de opresión, jugando el papelde ideal inspirador de las luchas populares que consiguieron ampliarconsiderablemente el alcance de la libertad, la justicia y los derechos. Tambiénfueron retomadas, adaptadas y desarrolladas dentro de las corrienteslibertarias de izquierda. De acuerdo a esta visión anarquista, toda estructurade jerarquía y autoridad carga con la pesada obligación de justificarse, ya seaque ésta implique relaciones personales o que se trate de un orden socialmayor. Si esa necesidad no se puede cubrir —en ocasiones se puede— entonces lainstitución es ilegítima y debe ser desmantelada. Si el desafió se planteahonestamente y se enfrenta como es debido, pocas veces es superado. Para esoestán los verdaderos libertarios.

 

Elpoder estatal y la tiranía privada son los mejores ejemplos que rozan ellímite, pero en realidad la cuestión se pone en juego en muchos otros puntos:en las relaciones entre padres e hijos, entre maestros y estudiantes, entrehombres y mujeres, entre quienes viven hoy y las generaciones futuras queestarán obligadas a vivir con los resultados de nuestras acciones.Efectivamente, prácticamente en todos lados.

 

Particularmenteel ideal anarquista, en casi todas sus formas, ha esperado con ansias eldesmantelamiento del poder estatal. Personalmente, comparto ese ideal, perochoca directamente con mis metas. He ahí la tensión de la que hablaba antes.

 

Mismetas a corto plazo son defender e incluso fortalecer ciertos elementos de laautoridad estatal que, a pesar de su naturaleza básicamente ilegítima, sonabsolutamente necesarios en este momento para combatir los intentos dedicados arevertir el progreso alcanzado en la extensión de la democracia y los derechoshumanos. En las sociedades más democráticas, la autoridad estatal sufre hoy unataque, pero no porque entre en contradicción con el ideal libertario. Másbien, sucede lo contrario: ofrece una protección, muy débil por cierto, aciertos aspectos de dicho ideal. Los gobiernos tienen un defecto fatal: adiferencia de las tiranías privadas, las instituciones del poder y la autoridadestatal le ofrecen al menospreciado público la oportunidad de jugar un papel,aunque muy limitado, en la gestión de sus propios asuntos. Es un defecto quelos amos no pueden tolerar, sintiendo hoy, lógicamente, que lastransformaciones en el orden político y económico internacional generanposibilidades de crear una suerte de “utopía” para los poderosos, con unalúgubre perspectiva para los demás. No creo que sea necesario ser más claro.Los efectos son obvios incluso en las sociedades más ricas, desde los rinconesde poder a las calles, el campo y las prisiones. Por razones que merecenatención pero que van más allá del objeto de este artículo, la campaña derestablecimiento es actualmente encabezada por los sectores dominantes desociedades en las que los valores que se intentan destruir han sido bastantedesarrollados, es decir en el mundo angloparlante. A pesar de lo irónico de lasituación, no es nada contradictorio.

 

Valela pena recordar que la realización de este sueño utópico de los poderosos seha anunciado con voces de gloria desde los primeros años del siglo XIX (luegovolveré a tratar este período. Para la década de 1880, el artistarevolucionario socialista William Morris escribía:

“Estoyconsciente de que la opinión dominante en la actualidad es que el sistema decompetencia o del sálvese quien pueda” es el último sistema económico de lahumanidad; que su perfección, y por lo tanto su finalidad, han sido alcanzadas.Sin duda, desafiar esta opinión, que hoy es sostenida incluso por los mayoreseruditos, es un acto de valentía.

 

Sila historia está efectivamente en su fin, como se ha proclamado con tanta seguridad,entonces “la civilización está condenada a la muerte”. Pero agrega que lahistoria niega esta posibilidad. La idea de que “la perfección” estaba a pocosmetros surgió nuevamente en la década de 1920. Con un fuerte apoyo de laopinión liberal y, por supuesto, del mundo empresarial, el Temor Rojo deWoodrow Wilson había socavado exitosa- mente los sindicatos y el pensamiento independiente.permitiendo que se estableciera una época de dominio empresarial que parecíaconsolidar su permanencia: Con el colapso de los sindicatos, los trabajadoresse habían quedado sin poder y casi sin esperanza durante el augeautomovilístico. El aplastamiento de las asociaciones y los derechos obreros,frecuentemente ejecutados mediante la violencia, impactó incluso a la prensabritánica de derecha. Un viajero australiano. Impresionado por la debilidad delos sindicatos norteamericanos, observo en 1928 que “la organización de lostrabajadores existe sólo bajo la tolerancia de los patrones [...] No tieneningún peso real en la determinación de las condiciones de la producción”.

 

Nuevamente,los años siguientes demostraron que las esperanzas eran prematuras. Pero estossueños recurrentes nos brindan un modelo de lo que “los controladores de laspirámides” y sus agentes políticos

Intentanreconstruir hoy.

 

Enel mundo actual, creo que las metas de un anarquista comprometido deberían basarseen la defensa de algunas instituciones estatales en contra del ataque quesufren, intentando al mismo tiempo que se abran a una participación públicamayor. En última instancia, el objetivo es su desmantelamiento en una sociedadmucho más libre, en caso de que se den las condiciones necesarias.

 

Yasea correcta o incorrecta —lo que depende de un juicio incierto— esta posturano pierde fuerza por la aparente contradicción entre las metas y los ideales.Por el contrario, esta contradicción es un rasgo normal de la vida cotidiana,algo inevitable con lo que tenemos que lidiar.

 

La “concepción humanista”

 

Teniendoesto en mente, me gustaría volver sobre el problema mucho más amplio de losideales. Es un tema particularmente importante en la realidad actual, si consideramoslos crecientes intentos de revertir, socavar y desmantelar las victorias conseguidaspor medio de largas y muchas veces crudas luchas populares. Son cuestiones deuna importancia histórica, muchas veces encubiertas por la deformación y el engañode las campañas diseñadas para “hacer que el público adopte el punto de vistade quienes controlan la pirámide”. Es uno de los mejores momentos para pensaren los ideales y en los sueños que se articularon, se modificaron, sereformaron e incluso a veces se volvieron todo lo contrario a lo que eran con eldesarrollo de la sociedad industrial hasta la actualidad, con una asalto masivoa la democracia, a los derechos humanos e incluso a los mercados, mientras queal mismo tiempo la victoria de estos valores es declarada por aquellos queencabezan su destrucción —un proceso que recibirá enorme aceptación por partede quienes conozcan lo que en tiempos de mayor honestidad se llamaba“propaganda”—. Se trata de un momento histórico tan interesante desde el puntode vista intelectual como siniestro desde el punto de vista humano.

 

Permítanmecomenzar esbozando el punto de vista de dos pensadores destacados del siglo XX,Bertrand Russell y John Dewev, quienes tenían enormes diferencias, peroacordaban en lo que Russell llamaba “la concepción humanista”: en palabras de Dewey,se trata de la creencia en que la “meta final” de la producción no es laproducción de bienes sino la de “hombres libres asociados entre sí en términosde igualdad”. La meta de la educación, según Russell, es “dar un sentido a lascosas que no sea el de la dominación”, ayudar a crear “ciudadanos sabios en unacomunidad libre” en la que puedan florecer tanto la libertad como la“creatividad individual” y en la que los trabajadores sean amos de su propiodestino y no meras herramientas de la producción. Las estructuras ilegítimas dela coerción deben ser desentrañadas; especialmente. la dominación de “losnegocios para la ganancia privada a través del control privado de la banca, latierra y la industria, reforzados por el control de la prensa, los agentes deprensa y otros medios de publicidad y propaganda” (Lewey). Sostenía Dewey que amenos que todo eso sea alcanzado hablar de democracia no tiene demasiadosentido. La política seguirá siendo “una sombra tendida sobre la sociedad porlos grandes negocios [y] el aplacamiento de esa sombra no cambiará sunaturaleza”. Las formas democráticas no tendrán sustento real y la gentetrabajará “sin libertad ni inteligencia, sino solamente por lo que se gane”, loque resulta “antiliberal e inmoral”. Por lo tanto, la industria debe pasar deser “un orden social feudal para ser un orden democrático”, basado en elcontrol de los trabajadores, la asociación libre y la organización federativa,todas ideas que se enmarcan dentro del estilo de un espectro de pensamiento queincluye no sólo a muchos anarquistas sino también a las ideas socialistasgremiales de G. D. H. Cole y a marxistas del ala izquierda como AntónPannekoek, Rosa Luxemburgo y Paul Mattick, entre otros. Las opiniones deRussell al respecto eran bastante parecidas.

 

Losproblemas de la democracia fueron el nudo principal del pensamiento y el compromisodirecto de Dewey. Fue un pensador perteneciente a la corriente dominantenorteamericana. Americano como el pastel de manzana”, según el refrán popular. Resultabastante interesante entonces que las ideas que expresó hace no tamos años seanhoy vistas por una gran parte de la cultura intelectual como extravagantes oalgo peor —para quienes las conocen— y que incluso se las califica de “antiamericanas”en ciertos sectores influyentes.

 

Cabedestacar que esto último es bastante interesante y revelador, a que se trata deun problema actual. Solemos esperar que nociones como ésta aparezcan en lassociedades más totalitarias. En los días del estalinismo, por ejemplo, loscríticos y disidentes eran calificados de “antisoviéticos”, un crimenintolerable. Asimismo, los generales brasileños neonazis y otros del estiloutilizaban categorías similares. Pero su aparición en sociedades tanto máslibres, en las que la subordinación al poder es voluntaria y no forzada es unfenómeno mucho más significativo. En cualquier lugar en donde haya el másmínimo sustrato de cultura democrática, conceptos como esos resultan ridículos.Pensemos cuál sería la respuesta en Milán o en Oslo a un libro titulado Antiitalianismoo Los antinoruegos y que denunciara verdaderos o falsos delitos de quienes norespetan como es debido a las creencias de la fe secular. En las sociedades angloamericanas,sin embargo —inclusive en Australia, por lo que he visto— expresiones comoéstas obtienen bastante respeto y seriedad en algunos círculos importantes, loque no es más que un síntoma de un serio deterioro de los valores democráticosnormales.

 

Lasideas expresadas en un pasado no tan distante por ciertas figuras destacadas comoRussell y Dewey se arraigan en la Ilustración y en el liberalismo clásico y mantienensu carácter revolucionario, en la educación, en el trabajo y en otros planos dela vida. De ser implementadas, permitirían despejar el camino para el libredesarrollo de seres humanos cuyos valores no fueran la acumulación y ladominación, sino la independencia de pensamiento y de acción, la libreasociación en igualdad y la cooperación con vista a objetivos comunes. Genteasí compartiría el desprecio que sentía Adam Smith por las “metas sórdidas” y“malvadas” de “los amos de la humanidad” y por sus “viles máximas”: “Todo paranosotros y nada para el resto”, esos principios directores que aprendemos aadmirar y adorar mientras que los valores tradicionales son deshechos porincesantes ataques. Fácilmente entenderían qué fue lo que llevó a una figuraprecapitalista como Adam Smith a advertir acerca de las nefastas consecuenciasde la división del trabajo y a basar su bastante matizada defensa de los mercadosen la creencia de que, en condiciones de “perfecta libertad”, habría una tendencianatural hacia la igualdad, lo que obviamente no es más que una expresión de deseosobre fundamentos morales elementales.

 

La“concepción humanista” expresada por Russell y Dewey en un período más civilizado,y que resulta ser bastante similar a la de la izquierda libertaria, estáradicalmente en pugna con las corrientes más destacadas del pensamientocontemporáneo: las ideas directrices de orden totalitario diseñado por Lenin yTrotsky y aquellas de las sociedades capitalistas de Occidente. Afortunadamente,uno de estos sistemas ha caído. El otro, en cambio, ha entrado en una marcharegresiva hacia lo que puede ser un futuro terrible.

 

“El nuevo espíritu de laépoca’

 

Esimportante reconocer la forma tan tajante dramática en que chocan los valoresde la concepción humanista y los que reinan hoy. Las ideas que la prensa obrerade mediados del siglo XIX denunciaba bajo el nombre de “el nuevo espíritu de laépoca: ganar fortunas olvidándose de todo menos de uno mismo”, las “vilesmáximas” de las que hababa Smith, un conjunto de creencias tan degradantes yvergonzosas que ninguna persona decente podría tolerarlas. Es interesanterastrear la forma en que evolucionaron los valores desde figurasprecapitalistas corno Smith. Con todo el acento que él ponía en la compasión,en las metas de la libertad y la igualdad y en el derecho elemental al trabajocrean’ o satisfactorio, hasta aquellos que celebraron “el nuevo espíritu de la época”.Frecuentemente invocando sin pudor el nombre de Smith. No hablemos de lasbarbaridades que suelen desfigurar las instituciones ideológicas. Hablemos, encambio, de alguien a quien podamos tomar en serio, como el premio Nobel deEconomía James Buchanan, quien nos dice que la sociedad ideal es anárquica, unasociedad en la que ningún hombre ni ningún grupo puede forzar a otro”. Luegohace el siguiente comentario, desde un lugar de autoridad:

Lasituación ideal de cualquier persona es la que le permite absoluta libertad deacción e impide la conducta de los otros para así obligarlos a seguir suspropios deseos personales. Lo que significa que cada uno busca ser amo en unmundo de esclavos.

 

Setrata de una reflexión que Adam Smith hubiera considerado enfermiza, como tambiénlo habrían hecho Wilhelm von Humbolt, Joii Stuar Mill o cualquier pensador cercanoa la tradición del liberalismo clásico

—sinembargo parece ser que, aunque no lo hayamos notado, ése es el sueño de todos—.

 

Uninteresante ejemplo del estado de nuestra cultura intelectual y de sus valoresdominantes es el comentario hecho acerca de los difíciles problemas que seenfrentan a la hora de levantar a los Las consecuencias Oriental, por finliberados, para poder darles el cariño que hemos venido prodigando a todosdurante estos últimos siglos. Las consecuencias parecen expresarse claramenteen una colección impresionante de cámaras del horror alrededor de todo elmundo, pero milagrosamente —y en realidad por fortuna— nos enseñan acerca de losvalores de nuestra civilización y los principios que guían a nuestros nobleslíderes. Sólo los “antiamericanos” y ese tipo de gente podrían estar tan locoscomo para sugerir que nuestra consecuente historia tal vez amerite ciertasobservaciones críticas. Ahora por fin se nos presentan nuevas oportunidades debeneficio. Podemos ayudar a los pueblos que se liberaron de la tiranía comunistapara que al fin sean, o casi sean, como los dichosos bengalíes, los haitianos,los brasileños, los guatemaltecos, los filipinos o como los indígenas decualquier lugar del mundo. Tan afortunados como los esclavos africanos.

 

Afines de 1994, el The New York Times publicó una serie de artículos quemostraban cómo estaban nuestros alumnos. El que trataba de Alemania del Este comenzabacitando a un sacerdote que lideraba las protestas populares contra el régimencomunista. Describe de esta forma sus crecientes preocupaciones acerca de loque está sucediendo con su sociedad: “La competencia brutal y la sed de dineroestán destruyendo nuestro sentido de comunidad. Prácticamente todo el mundo sesiente un poco atemorizado, deprimido o inseguro”, mientras dominan lastécnicas que hemos ofrecido a los pueblos atrasados del mundo. Pero surespuesta no nos enseña nada.

 

Elcaso ejemplar del que todos se sienten orgullosos es Polonia, en donde “elcapitalismo ha sido más benevolente” que en ningún otro lugar, nos informa JanePerlez bajo el título “Carriles rápidos y lentos en el camino hacia elcapitalismo”: algunos polacos lo empiezan a entender, otros tardan un poco más.

 

Perleznos da ejemplos de los dos casos. El buen alumno es el dueño de una pequeñafábrica, el “próspero ejemplo’ de lo mejor de la moderna Polonia capitalista.Gracias a los préstamos sin interés de esta nueva y floreciente sociedad delibre mercado, su fábrica produce “glamorosos vestidos de lentejuelas” y“vestidos de bodas con diseños sofisticados”, vendidos en su mayoría a alemanesricos, pero también a los polacos más prósperos. Mientras tanto, informa elBanco Mundial. La pobreza se ha duplicado a partir de las nuevas reformas, elsalario real ha caído un 30% y para fines de 1994 se espera que la economía polacaalcance el 90% de su producto bruto interno previo a 1989. Pero el capitalismoha sido más benevolente”: la gente hambrienta puede apreciar los signos delrepentino consumo”, admirando los vestidos de boda en las vidrieras de lastiendas más elegantes, “los automóviles extranjeros con matriculas polacas”cuyos motores braman en la ruta de Varsovia a Berlín  y viendo a “las nuevas ricas, que llevanteléfonos celulares de 1.300 dólares en el bolsillo”.

 

“Lagente debe aprender que debe luchar por si misma que no puede confiar en losdemás”, explica una consejera laboral en República Checa. Preocupada por “la consolidaciónde una clase desposeída”, dirige una clase para enseñar nuevas actitudes aquienes tenían abres igualitarios metidos en la cabeza” en los días en que ellema de orgullo era: ‘Soy un minero, ¿quién es mejor que yo?”. Los buenos alumnosahora saben la respuesta a esta pregunta: los mejores son los miembros de la exNomenclatura, más ricos que lo que jamás hubieran soñado ahora que se hanvuelto agentes de las empresas extranjeras. Que lógicamente los favorecen porsus habilidades y por su experiencia: los banqueros están insertos en elnegocio a través de “la red de los viejos amigos”; las mujeres polacasdisfrutan de los deleites del consumo: el gobierno ayuda a los fabricantes devestidos elegantes para exportárselos a otras mujeres. En pocas palabras, gentedecente.

 

Esees el éxito de los valores norteamericanos. Luego tienen los fracasos, que aúnvan por el carril lento. Perlez toma como ejemplo a un minero de cuarenta ytres años, que “se sienta en su sala de estar con paneles de madera admirandolos frutos de su trabajo bajo el comunismo: un set de televisión, mueblescómodos, una cocina moderna y brillante”. Actualmente desempleado tras pasarveintisiete años en las minas y pensando hoy en los viejos tiempos. “Eranfantásticos —dice—y la vida era segura y cómoda”. No es un buen alumno, aprendelentamente: cree que los nuevos valores son “inconmensurables” y no lograentender por .n esa e: su casa, sin trabajo y dependiendo de la asistenciasocial. Preocupándose por sus diez hijos, sin poder “ganar fortuna, olvidándosede todo menos de si mismo”.

 

Eslógico entonces que Polonia se haya ganado también un lugar en el estante juntoal resto de los trofeos, inspirando orgullo y presunción.

 

Laregión está llena de otros malos alumnos, un problema tratado en un “informe global”del Christian Science Monitor realizado por corresponsales en el anterior mundocomunista. Un empresario se quejó de que “ofreció a un compatriota ucranianocien dólares al mes para que lo ayudara a cultivar rosas en un terreno privado”—en otras palabras, que trabajara para él—. “En comparación con los cuatrodólares que el hombre ganaba en la granja colectiva en la que trabajaba, erauna fortuna. Pero no aceptó la oferta”. El buen alumno atribuye estairracionalidad a “una cierta mentalidad” que todavía prevalece incluso luegodel triunfo de la libertad: “Piensa ‘Nyet, no voy a dejar la colectividad paratrabajar como tu esclavo”. Mucho tiempo atrás, los trabajadores norteamericanostambién se habían infectado de esta resistencia a la esclavitud, hasta quefinalmente fueron civilizados. Luego volveré a ese tema.

 

Losinquilinos de un edificio de apartamentos en Varsovia sufren de la misma enfermedad.Se resisten a entregar sus apartamentos a un empresario industrial que dice tenerpropiedad sobre el edificio desde antes de la Segunda GuerraMundial, preguntando: “¿Por qué debería la gente obtener ganancia de algo a loque no tienen derecho?”. Ha habido un “significativo progreso en reformas” parasuperar estas retrógradas actitudes, sostiene el informe, aunque “aún hay muchareticencia a permitir que los extranjeros compren y vendan tierras”. Elcoordinador de las iniciativas agrarias auspiciadas por Estados Unidos enUcrania explica:

“Nose pueden ver casos en los que el l00 % de la tierra esté en manos privadas. Noconocen la democracia”. Es cierto: la pasión antidemocrática no está en alzacomo en Vietnam, en donde un decreto de febrero de 1995 “dio marcha atrás en lahistoria”: “En homenaje a Marx, el decreto busca ayudar a los vietnamitassacándoles riqueza a los pocos privilegiados que tienen certificados depropiedad para hacer negocios”, otorgados en un esfuerzo para atraer lasinversiones extranjeras. Si sólo los inversores extranjeros y la pequeña ditelocal estuvieran habilitados para comprar el país, los nativos podrían trabajarpara ellos —con suerte— y por fin habría libertad y “democracia”, como enCentroamérica, las Filipinas y otros paraísos ya hace tiempo liberados.

 

Loscubanos han sido reprendidos hace ya largo rato por ese tiempo de atraso. Lamonstruosidad alcanzó su punto máximo durante los Juegos Panamericanos celebradosen Estados Unidos, cuando los atletas cubanos decidieron seguir participando,en contra de la enorme campaña propagandística que los instaba a abandonar, queincluía generosas ofertas financieras para volverse profesionales. Segúndijeron a los reporteros, sentían un compromiso con su país y con su pueblo. Elfuror conoce pocos límites que superen al devastador impacto del lavado decerebros del comunismo y de la doctrina marxista.

 

Afortunadamente,los estadounidenses están protegidos por el hecho de que incluso bajo lascondiciones impuestas por la lucha económica de Estados Unidos, los cubanos aúnrechazan el uso interno de dólares, según los visitantes, para no ser “sus esclavos”.Tampoco son susceptibles a los resultados de un sondeo de Gallup de 1994,considerada la primera encuesta independiente y científica, aparentementepublicada en la prensa hispano parlante de Miami y en ningún otro lugar: el 88%de los entrevistados dijo “estar orgulloso de ser cubano”, el 58% dijo que “loséxitos de la Revoluciónsuperan sus fracasos”, el 69% se identificó como “revolucionario” —aunque sóloel 21% como “comunista” o “socialista”—, el 76% dijo “estar satisfecho con suvida personal” y el 3% dijo que los mayores problemas que enfrentaba el paíseran “políticos”.

 

Sisemejantes atrocidades comunistas fueran conocidas, tal vez sería necesario bombardearLa Habana envez de simplemente tratar de matar de hambre y de enfermedad a la mayorcantidad de gente posible para llevar “la democracia”. Porque ése se volvió elnuevo pretexto para presionar a Cuba tras la caída del Muro de Berlín, segúnlas instituciones ideológicas que dieron un giro tan sutil. Cuba ya no era unagente del Kremlin, volcado a Latinoamérica y dispuesto a conquistar EstadosUnidos, que temblaba de miedo. Mentiras de más de treinta años pueden sersilenciosamente archivadas: en la nueva versión perfeccionada, el terror y lalucha económica son sólo una forma de alcanzar la democracia. Así que debemosreforzar el embargo que “ha contribuido a aumentar el hambre, la enfermedad, lamuerte y a una de las más grandes epidemias neurológicas del último siglo,según los informes de expertos en salud que aparecieron en los periódicosmédicos de Estados Unidos en 1994. El autor de uno de ellos escribe: “Bueno, elhecho es que estamos matando gente” al negarles comida, medicinas y maquinariapara que puedan manufacturar sus propios productos médicos.

 

La Ley de Democracia Cubana de Clinton —queel presidente Bush primero vetó porque violaba claramente el derechointernacional y luego aceptó cuando Clinton lo aventajó desde la derechadurante la campaña electoral— recortó el comercio con sucursales norteamericanasen el extranjero, del cual un 90% estaba compuesto por comida, medicinas yequipamiento médico. Esa ayuda a la democracia contribuyó a una importantecaída en los niveles cubanos de salud, a un aumento en la tasa de mortalidad ya la “crisis de salud pública en Cuba más alarmante que se recuerde en losúltimos años”, una crisis neurológica que se había observado por última vez encampos tropicales de prisioneros en el Sudeste de Asia durante la Segunda GuerraMundial, según el ex jefe de neuro-epidemiología del Instituto Nacional deSalud, autor de uno de los artículos. Para ilustrar los efectos, un profesor demedicina de la Universidadde Columbia cita el caso de un sistema sueco de filtración de agua que Cubahabía comprado para producir vacunas y que fue bloqueado porque algunas parteseran producidas por una compañía de propiedad norteamericana. De manera que senegaban las vacunas que podían salvar vidas para que los sobrevivientes pudiesengozar de “la democracia”.

 

Loséxitos en el asesinato de la gente y en su sufrimiento son importantes. En realidad,la Cuba deCastro no era una razón para preocuparse porque fuese una amenaza militar, nipor sus abusos en materia de derechos humanos o por su carácter dictatorial,sino más bien por razones profundamente arraigadas en la historia norteamericana.En la década de 1820, cuando nuestro copamiento del continente avanzaba rápidamente,Cuba era considerada por la dirigencia económica y política como un premio parael vencedor. Es “un objeto de fundamental importancia para los interesespolíticos y económicos de nuestra Unión”, sostenía el autor de la Doctrina Monroe,John Quincy Adams, acordando con Jefferson y otros que España debería mantenerla soberanía hasta que la fuerza disuasoria de Gran Bretaña desapareciera, paraque Cuba cayera en manos de Estados Unidos “por las leyes de la gravitaciónpolítica”. Un “fruto maduro” en la cosecha, como fue un siglo atrás. Paramediados del siglo XX, este fruto era enormemente valioso para los interesesnorteamericanos vinculados a la agricultura y el juego, entre otros. De maneraque el robo de Castro no se tomó a la ligera. Para peor, existía el peligro deque se desencadenara un “efecto dominó” que generara sufrimiento a todos lospueblos del mundo —por ejemplo, podía llegar a extender el mejor sistema desalud pública de Latinoamérica—. Se temía que Cuba fuera una de esas “manzanaspodridas” que arruinan toda la cosecha, un “virus” que podría “infectar” aotros, en los términos de los controladores, a quienes no les importan loscrímenes pero sí las demostraciones de fuerza.

 

Perola gente decente no insiste en asuntos como ése, ni en los hechos más básicosde la campaña que se desató para devolver ese fruto ya maduro a su verdaderodueño a partir de 1959, incluyendo la etapa actual. Pocos norteamericanostuvieron contacto con el subversivo material que se publicó en los periódicosmédicos de octubre de 1994, ni al hecho de que en ese mismo mes la Asamblea Generalde la ONU votóuna resolución para terminar con el embargo ilegal en una votación de 101 a 2, con Estados Unidosdependiendo solamente de Israel, luego de haber sido abandonado incluso porAlbania, Rumania y Paraguay, países que años antes se habían unido a Washingtonen su cruzada por la democracia.

 

Lahistoria oficial es que Europa del Este, por fin libre, puede ahora unirse alas sociedades ricas de Occidente. Tal vez, pero uno no puede dejar depreguntarse por qué esto no sucedió durante los cinco siglos anteriores, cuandoEuropa Oriental se hundía a favor del Oeste, hasta que en este mismo siglo seconvirtió en el famoso “Tercer Mundo”. Una perspectiva diferente a imaginar esque se volverá más o menos al orden anterior: ciertas partes del imperiocomunista que habían pertenecido al Occidente industrializado —Poloniaoccidental, la República Checa y otros— se reunirán gradualmente, mientrasotras vuelvan a una condición similar a la anterior en calidad de áreas deservicios que sirvan al rico mundo industrial, que por supuesto no es tal poruna virtud propia y especial. Como comentó Winston Churchill en un documento enviadoa sus compañeros de gabinete en enero de 1914,

“Nosomos un pueblo joven con antecedentes inocentes y con una herencia escasa. Noshemos quedado con [...j una porción completamente desproporcionada de la riquezay del comercio mundial. Tenemos todo el territorio que deseamos y nuestro pedidode permanecer en el tranquilo goce de nuestras vastas y espléndidas posesiones,mayormente adquiridas por la fuerza y sobre todo mantenidas por la fuerza,suele parecerles menos razonable a los demás que a nosotros”.

 

Porsupuesto, una honestidad como ésa es poco común en una sociedad decente como lanuestra, aunque evidentemente para Churchill el pasaje sería aceptable con sóloquitar las bastardillas. De hecho, en la década de 1920 hizo público eldocumento en el libro The World Crisis, pero habiendo eliminado todas lasfrases ofensivas.

 

Tambiénresulta instructivo ver el marco en el que el desastre comunista es retratado.En ningún momento se ha puesto en duda que fuera una monstruosidad, algo evidentedesde el principio para los anarquistas, para los pensadores independientescomo Russell y Dewey y para los marxistas de izquierda —en efecto, muchos deellos incluso pudieron predecirlo—. Tampoco se puede dudar que la caída de latiranía no fue sino una ocasión para el regocijo de cualquiera que valore lalibertad y la dignidad humana. Pero hablemos de un tema más específico.Hablemos de la prueba oficial de que la economía dirigida fue un fracasorotundo, una muestra de las cualidades superiores del capitalismo:sencillamente hay que comparar a Alemania Occidental, Francia, Inglaterra yEstados Unidos con la Unión Soviética y sus satélites. Parece ser más que evidente.El argumento es poco más que un reflejo intelectual, considerado tan obvio comopara pasar inadvertido, el supuesto del que parte cualquier investigación.

 

Esun argumento interesante, cuya aplicabilidad es amplísima. Con un razonamientocomo ése, uno puede demostrar por ejemplo el tremendo fracaso de los jardinesde infantes en Cambridge, Massachusetts, y el enorme éxito del MIT:sencillamente comparemos a los niños de jardín de infantes con los graduadosdel MIT y veamos quién tiene mayor comprensión de la física cuántica. Pareceser más que evidente.

 

Aquien saque a relucir un argumento como ése habría que ofrecerle tratamiento psiquiátrico.La falacia es terriblemente obvia. Para llevar a cabo una evaluación con sentido,habría que comparar a los graduados de los jardines de infantes de Cambridgecon los niños que hayan entrado al sistema a ese mismo nivel. La misma lógicaelemental nos dice que para evaluar la economía dirigida soviética encomparación con la vía capitalista, habría que comparar a los países de Europadel Este con otros que hubieran sido iguales al comenzar el “experimento” conlos dos modelos de desarrollo. Por supuesto, no podemos tomar a Occidente: esnecesario remontarse cinco siglos para llegar al momento en que el Oeste eracomo Europa Oriental. Una comparación más apropiada podría hacerse entre Rusiay Brasil, o entre Bulgaria y Guatemala, aunque no sería justo con el modelocomunista, que jamás gozó de nada parecido a las ventajas que tenían lossatélites norteamericanos. Si realizamos una comparación racional, concluimosefectivamente que el modelo económico del comunismo era un desastre y que el deOccidente es un fracaso aun más catastrófico. Hay matices y complejidades, perola conclusión básica es bastante acertada.

 

Esinteresante ver cómo ciertas cosas tan elementales no pueden ser comprendidas yobservar la respuesta a ciertos intentos de analizar el asunto que tampocopueden ser entendidos. El ejercicio nos ofrece ciertas lecciones útiles acercade los sistemas ideológicos de las sociedades libres.

 

Loque hoy sucede en gran parte de Europa del Este recapitula en parte los antecedentesgenerales de las regiones del mundo que fueron ubicadas en un rol de servicio—en el que algunas permanecen—, a excepción de ciertos casos interesantes.También es un proceso que se ubica en una tendencia larga, importante y notablede la historia de las mismas sociedades industriales. Los modernos EstadosUnidos fueron “creados sobre las protestas de sus trabajadores”, señala elhistoriador del movimiento obrero David Montgomery de la Universidad de Yale,protestas vigorosas y abiertas, en conjunto con “feroces luchas”. Hubo algunasvictorias difíciles intercaladas con una adaptación forzosa a “una Norteaméricamuy antidemocrática” especialmente en la década de 1920, observa, cuandoparecía que “la fortaleza del trabajo” se había “hundido”.

 

Lavoz de los trabajadores estaba clara y vivamente articulada en la prensa obreray comunitaria que se desarrolló desde mediados del siglo XIX hasta la Segunda GuerraMundial o tal vez incluso más tarde, finalmente destruida por el poder estataly privado. Sólo hasta la década de 1950, ochocientos periódicos obrerosllegaban a entre 20 y 30 millones de personas, intentando —en sus palabras—combatir la ofensiva corporativa que buscaba “vender al pueblo norteamericanoen virtud de los grandes negocios”, intentando exhibir el odio racial y “todaslas expresiones antidemocráticas” y brindar “antídotos para los peores venenosde la prensa cautiva”, los medios de comunicación comerciales, cuya función era“perjudicar a los trabajadores cada vez que fuera posible y al mismo tiempoencubrir los crímenes de los magnates industriales y financieros queverdaderamente controlan la nación”.

 

Voces de resistencia

 

Losmovimientos populares de resistencia a la autocracia del Estado capitalista ysus elocuentes voces tienen mucho para enseñamos acerca de las metas y losideales de la gente común, acerca de su conocimiento y de sus aspiraciones. Elprimer estudio importante de la prensa obrera de mediados del siglo XIX —y,hasta donde sé, el único que existe— fue publicado hace ya setenta años porNorman Ware. Su lectura es hoy reveladora, o más bien lo sería si fuera untrabajo conocido. Ware se enfoca en los periódicos fundados y dirigidos por losmetalúrgicos y las mujeres trabajadoras de los pueblos industriales cercanos aBoston, “la Atenasde América” y hogar de sus más grandes universidades. Los pueblos siguenexistiendo, rotundamente decaídos y en declive, pero no más que losinspiradores ideales de quienes los levantaron, construyendo los cimientos dela riqueza y el poder norteamericanos.

 

Losperiódicos revelan lo extraños e intolerables que eran para los trabajadoreslos sistemas de valores exigidos por el poder privado, quienes tercamente senegaron a abandonar los sentimientos humanos normales. “El nuevo espíritu de laépoca” que amargamente condenaban “era repulsivo para una parte asombrosamentegrande de la comunidad norteamericana”, escribe Ware. La principal razón era“la decadencia del trabajador industrial en tanto persona”, el “cambiopsicológico”, la “pérdida de la dignidad y la independencia” y de los derechosy libertades democráticas junto con la imposición por parte de los poderososestatales y privados de los valores del capitalismo industrial, por medio de laviolencia cuando fuera necesario.

 

Lostrabajadores rechazaban la “degradación y la pérdida de ese respeto propio quehabía hecho a los metalúrgicos y peones el orgullo del mundo”, la decadencia dela cultura, las habilidades, los logros e incluso la mera dignidad humana,mientras eran sometidos a lo que llamaban “la esclavitud asalariada”, algo quecreían no muy distinto de la esclavitud de las plantaciones del sur en lamedida en que estaban obligados a vender- se a sí mismos y no lo que producían,volviéndose así “cosas menores” y “simples súbditos” de los “tiranos”.Describieron la destrucción “del espíritu de las instituciones libres”, siendoreducidos los trabajadores a “un estado de servidumbre” en el que “veían a unarica aristocracia sobre sus cabezas, como una enorme avalancha que amenaza conla muerte a quien se atreva a cuestionar su derecho a esclavizar y oprimir alos pobres y desahuciados”. Y difícilmente podían no estar conscientes de lascondiciones materiales que vivían en su hogar o cerca de Boston, en donde laesperanza de vida de los irlandeses se estimaba en 1849 en catorce años.

 

Particularmentedramático e importante para el actual ataque que sufren la democracia y losderechos humanos fue el agudo declive de la alta cultura. Las jovencitas trabajadorasque venían de las granjas de Massachusetts estaban acostumbradas a pasar sutiempo libre leyendo literatura clásica y contemporánea y los artesanos independientes,si tenían un poco de dinero, contrataban niños para que les leyeran durante eltrabajo. No ha sido nada fácil arrancar esas ideas de la cabeza de la gente,para que hoy un respetado crítico pueda descartar las irrisorias ideas dedemocratizar Internet para facilitar el acceso a los menos privilegiados:

“Unoimaginaría que, como están las cosas, los pobres obtienen toda la informaciónque quieren y que en muchos casos incluso se resisten a los esfuerzos de lasescuelas, las bibliotecas y los medios de información para informarlos mejor.En efecto, esa resistencia ayuda a veces a explicar por qué son pobres”.

 

Sinduda no habrá que menospreciar el factor genético, que siempre influye. El comentariofue considerado tan certero que los editores lo destacaron en un recuadroespecial.

 

Laprensa obrera condenó también lo que llamaba “el sacerdocio pago” de los mediosde comunicación, de las universidades, de la clase intelectual, defensores delpoder que intentaban justificar la creciente tiranía y consolidar sus valoresdegradantes. “Quienes trabajan en los molinos deben ser sus propietarios”,escribían los obreros sin ayuda alguna de los intelectuales radicales. De esaforma podrían superar los “principios monárquicos” que se arraigaban en “suelodemocrático”. Años después, ésa se volvió la consigna de convocatoria delmovimiento obrero organizado, incluso de sus sectores más conservadores. En undiscurso ampliamente conocido dado en un almuerzo sindical, Henry DemarestLloyd declaró que “la misión del movimiento obrero es liberar a la humanidad delas supersticiones y los pecados del mercado y abolir la pobreza producto deesos pecados. Esa meta puede ser alcanzada extendiendo a la dirección de laeconomía los principios de la política democrática”. “Es a través de quienestrabajan que las horas laborales, las condiciones de empleo y la división delproducto se deben determinar”, sostuvo en lo que David Montgomery denomina “unllamado a la convención de 1893 de la AFL”. Son los mismos trabajadores, continuaba Lloyd, “los quedeben elegir a los capitanes de la industria, elegidos como sirvientes y nocomo amos. Es por el bienestar de todos que nuestro trabajado coordinado debeser dirigido [...] Esto es la democracia”.

 

Estasideas son por supuesto cercanas a las de la izquierda libertaria, aunque estánradicalmente en contra de las doctrinas de los sistemas de poder dominantes, yasea que estos sean de “izquierda”, de “derecha” o de “centro”, en el sentidoamplio del discurso contemporáneo. No hace mucho que han sido suprimidas.Tampoco ha sido la primera vez. Pero pueden recuperarse, como se ha hechomuchas veces.

Valorescomo esos también eran comunes a los fundadores del liberalismo clásico. Comosucedía antes en Inglaterra, la respuesta de los trabajadores en los pueblos industrialesde Nueva Inglaterra ilustra la agudeza de la crítica de Adam Smith a la divisióndel trabajo. Tomando las ideas típicas de la Ilustración acerca dela libertad y la creatividad, Smith reconoció que “el entendimiento de una granparte de la humanidad está formado necesariamente por quienes ejecutan laslabores comunes. Así:

“Elhombre que pasa su vida ejecutando un par de operaciones simples, cuyos efectostal vez son también siempre los mismos, o casi los mismos, no tiene posibilidadde esforzar- se en comprender [...] y suele convertirse en lo más estúpido eignorante que resulta humanamente posible [...] Pero en toda sociedad mejoraday civilizada, ésta es la condición en la que los trabajadores pobres, es decirla gran mayoría de la gente, debe necesariamente caer, a menos que el gobiernose proponga evitarlo”.

 

Algoque es necesario para impedir el impacto destructivo de las fuerzas económicas,a su parecer. Si un artesano produce un objeto hermoso bajo órdenes de otro,escribió Wilhelm von Humboldt en un trabajo clásico que más tarde inspiraría aMill, “tal vez admiremos lo que hace, pero rechazaremos lo que es”: no es unser humano libre, sino meramente un instrumento en manos de otro. Por razonessimilares, “el peón que trabaja la tierra es tal vez su dueño en un sentido muchomás genuino que los tantos lujuriosos que gozan sus frutos”. Verdaderosconservadores siguieron reconociendo que las fuerzas del mercado destruirían elvalor de la vida humana, a menos que fueran agudamente contenidas. Alexis deTocqueville, retomando a Smith y a Humboldt un siglo más tarde, se preguntó qué“podría esperarse de un hombre que se hubiera pasado toda la vida haciendocabezas de alfileres”. “El arte avanza, el artesano retrocede”, concluyó. Aligual que Smith, valoraba la igualdad de condiciones, reconociendo que ésa erala base de la democracia norteamericana, y

Leadvirtiendo que si se establecía la “desigualdad permanente de condiciones”,“la aristocracia industrial que se desarrolla frente a nosotros” y que “es unade las más severas de la historia” podría romper sus límites, configurando elfin de la democracia. Jefferson también consideró fundamental que “la pobrezaextendida y la riqueza concentrada no pueden convivir en la democracia”.

 

Fuesólo en los inicios del siglo XIX que las destructivas e inhumanas fuerzas delmercado que los fundadores del liberalismo clásico condenaron fueron elevadas ala condición de objetos de adoración, cuya santidad a se establecía por los“principios de gravitación” de Ricardo y de otros le economistas clásicos comocontribución a la guerra de clases que se libraba en la Inglaterra industrial—ideas que hoy se rescatan como “la batalla  eterna por la mente de los hombres”,continuadas con una intensidad y una crueldad renovadas—.

 

Deberíamosdestacar que en el mundo real estos elementos homólogos a de las leyes deNewton fueron llevados a la práctica de una forma similar a como se hace en laactualidad. Los pocos estudios sobre el tema de los historiadores de laeconomía estiman que alrededor de la mitad del sector industrial de NuevaInglaterra habría quebrado de haberse abierto la economía a los productos tantomás baratos de la industria británica, también ella misma establecida ysostenida gracias a profundos recursos del poder del Estado. En gran parte estosigue siendo así, como puede ver cualquiera que vaya más allá de la neblinaretórica y observe la realidad del “liberalismo económico” y de los “valoresempresariales” que protege.

 

JohnDewey y Bertrand Russell son dos de los herederos del siglo XX de esta tradición,arraigados en la Ilustración y en el liberalismo clásico, una corriente que ami entender ha sido captada de la forma más vívida por la inspiradora historiade las luchas, la organización y el pensamiento de los trabajadores y lastrabajadoras que buscaron mantener y extender la esfera de la libertad y lajusticia frente al nuevo despotismo del poder privado respaldado por el Estado.

 

Unproblema fundamental fue formulado por Thomas Jefferson en sus últimos años,cuando observó el desarrollo de la nueva “aristocracia industrial” que alarmabaa Tocqueville. Muy preocupado por el destino de su experiencia democrática,marcó una diferencia entre los “aristócratas” y los “demócratas”. Los“aristócratas” son “aquellos que temen y desconfían del pueblo, aquellos quedesean quitarle todo el poder y depositario en manos de las ciases altas”. Encambio, los demócratas “se identifican con el pueblo, confían en él, loaprecian y lo consideran el más honesto y seguro {...] depositario del interéspúblico”, si no siempre “el más sabio”. Los aristócratas de la época eran losdefensores del surgimiento del capitalismo del Estado capitalista, que Jeffersonobservó con consternación, reconociendo la obvia contradicción entre la democraciay el capitalismo —o, más bien, “el capitalismo realmente existente”, vinculadoestrechamente al poder del Estado—.

 

Ladescripción jeffersoniana de los aristócratas fue retomada y desarrollada mástarde por Bakunin, quien predijo que la “nueva clase” de intelectuales tomaríauno de dos rumbos paralelos. Podrían intentar explotar las luchas popularespara tomar el poder del Estado en sus propias manos, convirtiéndose en una“burocracia roja” que impondría el régimen más cruel y despiadado de lahistoria, O podrían entender que el poder yace en otro lugar y se ofrecerían al“sacerdocio pago”, sirviendo a los verdaderos amos en tanto administradores oapologistas que “golpean al pueblo con el garrote del pueblo” en lasdemocracias capitalistas de Estado.

 

Esadebe ser una de las pocas predicciones de las ciencias sociales que se havuelto realidad, tan dramáticamente. Sólo por eso merece un lugar de honor enel canon del prestigio, aunque probablemente tengamos que esperar mucho paraver que eso suceda.

 

“Amor severo”

 

Creoque existe una espeluznante similitud entre la época actual y los tiempos enque la ideología contemporánea, llamada hoy “neoliberalismo” o “racionalismoeconómico”, fue articulada por Ricardo, Malthus, entre otros. Su tarea erademostrar al pueblo que carecía de derechos, al contrario de lo que tontamentecreía. En efecto, esto era probado “científicamente”. El grave errorintelectual de la cultura precapitalista fue dar lugar a la creencia de que lagente tenía un lugar en la sociedad y un derecho a ese lugar, tal vez un lugarfatal pero un lugar al fin. La nueva ciencia demostró que el concepto del“derecho a la vida” era una simple falacia. Había que explicarle con pacienciaa la gente equivocada que en realidad no tenían derechos más allá de su derechoa probar suerte en el mercado. Una persona sin fortuna propia que no puede sobreviviren el mercado de trabajo “no puede reclamar su derecho a la más mínima porciónde comida y, de hecho, no tiene nada que hacer en donde está”, declaró Malthusen su influyente obra. Es un “gran mal” y una profunda violación de “lalibertad natural” que engañemos a los pobres para que crean que tienen mayoresderechos, sostuvo Ricardo, indignado por este asalto contra los principios dela ciencia económica y la racionalidad más elemental, así como contra lasreglas morales también destacadas. El mensaje es sencillo. Tienes una elecciónsimple: el mercado de trabajo, las casas de trabajo*, la muerte o el escapehacia algún otro lugar —algo no muy difícil gracias a que enormes extensionesde tierra se abrían a causa del exterminio y la expulsión de las poblacionesindígenas, por razones que no son precisamente las de los principios delmercado—.

 

Nadiesuperó a los fundadores de la ciencia en su devoción por “la felicidad del pueblo”,e incluso defendieron en cierta medida el sufragio con este fin: “No extendidouniversalmente a todos, sino a quienes se supone que no tienen interés algunoen destruir el derecho de propiedad”, explicaba Ricardo, agregando que algunasrestricciones incluso más duras serían adecuadas si se hiciera evidente que“limitar el sufragio electoral a los límites más estrechos” garantizaría más“seguridad en la elección apropiada de los representantes”. Hay una extensaserie de ejemplos similares en el pensamiento actual.

 

Esútil recordar lo que sucedió cuando las leyes del racionalismo económico fueronformuladas e impuestas —en su ya conocida dualidad: disciplina de mercado paralos débiles, pero asistencia del Estado guardián para proteger a los ricos yprivilegiados cuando sea necesario—. Hacia la década de 1830, la victoria de lanueva ideología era ya considerable y sería consolidada en los años siguientes.Sin embargo, existía un ligero problema. La gente no lograba comprender que notenía derechos propios. Por su ignorancia y estupidez, no conseguían captar lasimple verdad de que no tenían derecho a la vida y respondieron de formasabsolutamente irracionales. Por un tiempo, el derecho a la vida gastó una granparte de sus energías sofocando manifestaciones. Más tarde las cosas tomaron unrumbo más siniestro. La gente comenzó a organizarse. El cartismo y luego elmercado de trabajo se volvieron fuerzas significativas. En ese momento, los amoscomenzaron a tener algo de miedo, al reconocer que ellos podían negarles elderecho a la vida, pero el pueblo podía negarles el derecho al gobierno. Habíaque hacer algo.

 

Afortunadamenteapareció la solución. La “ciencia”, un poco más flexible que la de Newton,comenzó a cambiar. Para mediados de siglo, había sido considerablementereformada a manos de John Stuart Mill e incluso de personajes consecuentes comoNassau Senior, anteriormente un exponente de la ortodoxia. Resultó que losprincipios de gravitación ahora incluían ciertos elementos rudimentarios de loque lentamente se convirtió en el Estado de bienestar, con una suerte decontrato social, establecido por medio de la larga y dura lucha, con muchosretrocesos pero también con grandes éxitos.

 

Hoyexisten intentos de revertir la historia, de volver a los días en que losprincipios del racionalismo económico reinaron por un tiempo, demostrandoseriamente que la gente no tiene derechos más allá de los que obtenga en elmercado de trabajo. Y como actualmente el mandato de “irse a otra parte” nofunciona, las opciones se reducen al hambre o a la casa de trabajo, como sifuera una ley natural que determina que cualquier intento de beneficiar a lospobres en realidad los perjudicaría. Por supuesto, esto sólo se aplica a losdesamparados: los ricos, en cambio, son milagrosamente ayudados, cuando elEstado interviene salvando a los inversores luego del colapso del tanpublicitado “milagro económico” mexicano, ayudando a los bancos y lasindustrias en quiebra o dejando a Japón fuera del mercado internoestadounidense para que las corporaciones locales puedan reconstruir lasindustrias del acero, de los repuestos de automóviles y la electrónica durantela década de 1980 —en medio de una impresionante retórica sobre las bondadesdel libre mercado formulada por uno de los gobiernos más proteccionistas quehaya habido desde la posguerra y por sus acólitos—. Hay mucho más, esto es sólolo que se ve. Pero todo el resto está sujeto a los principios de hierro delracionalismo económico, llamado a veces “amor severo” por sus beneficiarios.

 

Desafortunadamente,ésta no es una parodia. De hecho, a duras penas es posible parodiarlo. Nopodemos dejar de recordar las desesperantes palabras de Mark Twain en sus—largamente ignorados— ensayos antiimperialistas acerca de su incapacidad parasatirizar a uno de los admirados héroes de la matanza de los filipinos:“Ninguna sátira de Funston podría ser perfecta, porque Funston está en laverdadera cumbre [...] [es] la sátira encarnada”.

 

Loque se reporta con indiscreción en las primeras planas provocaría el ridículo yel horror en una sociedad con una cultura intelectual verdaderamentedemocrática y libre. Simplemente tomemos un ejemplo. Tomemos la capitaleconómica de uno de los países más ricos del mundo:

NuevaYork. Su alcalde, Rudolph Giuliani, finalmente desenmascaró sus políticas fiscales,que incluyen un cambio radicalmente regresivo en las cargas tributarias: reducciónde impuestos para los ricos —“Todos los recortes impositivos del alcalde beneficiana las empresas”, señaló The New York Times en letra pequeña— y aumento deimpuestos a los pobres —encubiertos en aumentos en las tarifas de transportepara los escolares y para los trabajadores, clases particulares más caras enlas escuelas estatales, etcétera—. Aparejados con enormes recortes en losfondos públicos que sirven a las necesidades públicas, estas medidas deberíanayudar a que los pobres se vayan a otra parte, explicó el alcalde. Estasmedidas los “ayudarían a moverse libremente por todo el país”, comentaba elinforme del Times bajo el título: “Giuliani ve que el recorte a la asistenciasocial brinda mayores posibilidades de movimiento”.

 

Enpocas palabras, aquellos que estaban aprisionados por el sistema de asistenciasocial y de servicios públicos han sido por fin liberados de sus cadenas, comodecían los fundadores de las ideas del liberalismo clásico en sus tandemostrados teoremas. Y es todo por su bien, explica la renovada ciencia.Admirando esta imponente muestra de encarnada racionalidad, la compasión porlos pobres nos llena de lágrimas.

 

¿Adóndeirán las masas liberadas? Tal vez vayan a las favelas fuera de la ciudad, paraser “libres” y encontrar la forma de hacer nuevamente el trabajo sucio dequienes están habilitados para gozar de la ciudad más rica del mundo, unaciudad con una desigualdad más grande que la de Guatemala y un 40% de niñosbajo la línea de pobreza, todo eso previamente a que fueran instituidas estasnuevas medidas de “amor severo”.

 

Todosaquellos sentimentales que no puedan entender los favores que se prodigan a lospobres deberían poder ver al menos que no hay alternativa. “La lección de lospróximos años tal vez sea que Nueva York simplemente no es lo suficientementerica o económicamente potente como para sostener el enorme sector público quedesarrolló en el período posterior a la Gran Depresión”.Esto aprendemos de una opinión experta que se publicó en otra primera plana delTimes.

 

Lapérdida de poder económico es suficientemente cierta, en parte como resultadode programas de “desarrollo urbano” que eliminaron la incipiente baseindustrial a favor del creciente sector financiero. La riqueza de la ciudad,por otro lado, es un asunto distinto. La opinión experta que consultó el Timesfue el informe a inversores de la firma J. P. Morgan, quinta en el ranking debancos comerciales en la lista de 500 de la edición de Fortune de 1995 y conpequeñas ganancias de sólo 1.200 millones de dólares en 1994. De seguro no fueun gran año para J. P. Morgan en comparación con el “asombroso” aumento deganancia del 54%, con un simple aumento del 2,6 en empleo y 8,2 en ventas enuno de los “años más beneficiosos de los negocios norteamericanos”, en lasemocionantes palabras de Fortune. La prensa empresarial aclamó “otro añoemblemático para las ganancias corporativas norteamericanas”, mientras que “lariqueza neta de Estados Unidos parece haber caído” en este cuarto añoconsecutivo de aumentos de dos dígitos en las ganancias y en el decimocuartoaño seguido de caída del salario real. Los 500 más importantes de Fortune hanalcanzado nuevos picos de “poderío económico”, con ingresos cercanos a dostercios del producto bruto interno, bastante más que Alemania o Gran Bretaña. Yni hablar de su poder sobre la economía global —una concentración impresionantede poder en tiranías privadas totalmente herméticas al público, otro golpe a lademocracia y los mercados—.

 

Vivimosen “una época difícil y dura” en la que hay que ajustarse los cinturones. Y asíel engaño persiste. En realidad, el país está inundado de capitales, con una“oleada de ganancias” que “desbordan las arcas de la Norteaméricacorporativa”, dijo entusiasmada la revista Business Week incluso antes de quellegaran las grandes noticias anunciando que se había superado el récord en elúltimo cuatrimestre de 1994, con “un fenomenal crecimiento del 7 1%” para las900 compañías que se ubicaban en el “Marcador Corporativo” de Business Week. Yen tiempos tan difíciles, ¿qué otra opción más que “brindar posibilidades demoverse” a las masas ya liberadas?

 

“Amorsevero” es la expresión correcta: amor para los ricos y privilegiados yseveridad para todos los demás.

 

Lacampaña para revertir los cambios en el plano político, social, económico eideológico se aprovecha de las posibilidades otorgadas por importantes cambiosde poder en los últimos veinte años, a favor de los opresores. El nivelintelectual del discurso predominante está por debajo de lo despreciable. Sunivel moral es grotesco. Pero el juicio de las perspectivas que yacen detrás noes poco realista. Esta es, a mi parecer, la situación en la que nos encontramoshoy cuando tenemos que pensar en nuestras metas y en nuestros ideales.

 

Comosiempre, podemos elegir entre ser demócratas en el sentido de Jefferson o podemosser aristócratas. La segunda opción nos ofrece enormes recompensas en materiade riqueza, privilegio y poder, es decir, nos ofrece todos los fines quenaturalmente busca. El otro es un camino de lucha, muchas veces de fracaso,pero también de recompensas inimaginables para quienes sucumben ante “el nuevoespíritu de la época: acumular fortuna, olvidándose de todo menos de unomismo”.

 

Elmundo actual dista mucho de ser el de Thomas Jefferson o el de los trabajadoresde mediados del siglo XIX. Las opciones que nos ofrece, sin embargo, sonbásicamente las mismas.

 

Este artículo fuepublicado en Chomsky, Noam, Power andProspects:

Reflections on Human Nature and the Social Ordet St. Leonards,

New South Wales:Allen & Unwin (1996),

Boston: South End Press, (1996) pp. 70-93.

 

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publicado por macongo a las 17:14 · 3 Comentarios  ·  Recomendar
 
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